
Llevaba una pulsera muy fina de hilos entrelazados que sólo me ayudo a comprender más su suavidad, su dulzura a través de su piel de amor. Seguía hablando y me parecía recibir su palabra como envuelta en un velo de caramelo. No la lograba escuchar.
No existe el tiempo, abro la boca y tomo sus palabras dulces para degustarlas en mi felicidad sorda. Era la hora de despedirme. Cerré los ojos cuando vino la enfermera a llevarse mi camilla.