Es tiempo de margaritas, de amapolas rojas sangre, de pequeñas flores de alfalfa que con su color malva se mezclan con las verdes hojas bajas que las sujetan.
Tras los ventanos del comedor las cuento: una, dos, cinco, siete. Hay nueve flores rojas, nueve ababoles que yo veo desde la ventana.
Comprendo ahora porque se llaman ventanos. Cubren las ventanas, están encima de las ventanas.
Estar encima no es una ventaja, son los que más frío y lluvia soportan. Creo que no debo arreglar las frases machistas, porque quedan más machistas.
Se llaman ventanos, porque alguien hace —ni se sabe cuantos siglos— decidió llamarlos ventanos y punto redondo.
No lo se, pero dudo. ¿No sería antes ventano que ventana? No debo seguir.
Cuento las amapolas desde la ventana y me salen once. No lo entiendo. Bueno si, es que me he movido.
Me han dicho que son flores de un día, que son tan libres que si las cortas se mueren en el acto, que es imposible tenerlas en un jarrón.
Unas flores con carácter que no se dejan regalar.
Tras los ventanos del comedor las cuento: una, dos, cinco, siete. Hay nueve flores rojas, nueve ababoles que yo veo desde la ventana.
Comprendo ahora porque se llaman ventanos. Cubren las ventanas, están encima de las ventanas.
Estar encima no es una ventaja, son los que más frío y lluvia soportan. Creo que no debo arreglar las frases machistas, porque quedan más machistas.
Se llaman ventanos, porque alguien hace —ni se sabe cuantos siglos— decidió llamarlos ventanos y punto redondo.
No lo se, pero dudo. ¿No sería antes ventano que ventana? No debo seguir.
Cuento las amapolas desde la ventana y me salen once. No lo entiendo. Bueno si, es que me he movido.
Me han dicho que son flores de un día, que son tan libres que si las cortas se mueren en el acto, que es imposible tenerlas en un jarrón.
Unas flores con carácter que no se dejan regalar.