Miraba el azul y observaba que no era completamente liso, que por debajo se veía deslavado, mientras que haciendo un esfuerzo y si levantaba la vista hasta casi hacerme daño en el cuello, el marino invadía la ilimitada visión del plano celeste.
Estaba tumbado en el suelo, aplastando con mi cuerpo una tupida hierba fresca de primavera que se había disfrazado de flores pequeñitas para no ser pisada. Nulo intento porque a mí me da igual de qué se disfrazan, si de ello depende el disfrutar más y mejor del momento.
No hay sonidos, es pronto y los pájaros deben estar dormidos o lo que puede ser peor, asustados ante mi presencia imponente, porque otra cosa no, pero yo sobrecojo a quien me ve por primera vez y asusto a quien lo hace por segunda. Debe ser mi tamaño o tal vez mi forma de caminar o incluso mis sonidos guturales que de vez en cuando suelto para preocupar con mi presencia. Sé que produzco temor y me gusta notarlo, observar que se apartan los animalillos tontos del campo, los pobres diminutos que sólo saben comer insectos de colores negros. ¿Se ha dado cuenta de que la mayoría de los insectos son negros profundos y sucios?
Estaba quieto para disimular, pues sé que así se confían los que me rodean y empiezan a moverse, haciendo una vida casi normal. Es lo que pretendo. Respiraba profundamente pero intentando que mi aire no produjera ningún sonido por leve que fuera, que los movimientos de mis ojos no se percibieran para no preocupar.
A escasos 20 metros a mi derecha, un excesivo animal gris marengo se me apareció lentamente, en la dirección del viento, como yo pretendía. Me dio la impresión de que rebuscaba por la tierra bulbos o frutos caídos, pero yo me dediqué a encontrar con mi dedo el gatillo, para no fallar.
Apunté la mirilla hacia mi ojo y este hacia la zona central del pecho del animal de carne magra que iba a deleitarme aquella noche. Sólo un segundo más, para que no me molestara una rama baja, un simple segundo si el borrego se mueve hacia mí. Menos de un instante y…
…creo doctor que me atacaron miles de avispas a traición porque olieron a gozo que es símil a dulzura.
No hay sonidos, es pronto y los pájaros deben estar dormidos o lo que puede ser peor, asustados ante mi presencia imponente, porque otra cosa no, pero yo sobrecojo a quien me ve por primera vez y asusto a quien lo hace por segunda. Debe ser mi tamaño o tal vez mi forma de caminar o incluso mis sonidos guturales que de vez en cuando suelto para preocupar con mi presencia. Sé que produzco temor y me gusta notarlo, observar que se apartan los animalillos tontos del campo, los pobres diminutos que sólo saben comer insectos de colores negros. ¿Se ha dado cuenta de que la mayoría de los insectos son negros profundos y sucios?
Estaba quieto para disimular, pues sé que así se confían los que me rodean y empiezan a moverse, haciendo una vida casi normal. Es lo que pretendo. Respiraba profundamente pero intentando que mi aire no produjera ningún sonido por leve que fuera, que los movimientos de mis ojos no se percibieran para no preocupar.
A escasos 20 metros a mi derecha, un excesivo animal gris marengo se me apareció lentamente, en la dirección del viento, como yo pretendía. Me dio la impresión de que rebuscaba por la tierra bulbos o frutos caídos, pero yo me dediqué a encontrar con mi dedo el gatillo, para no fallar.
Apunté la mirilla hacia mi ojo y este hacia la zona central del pecho del animal de carne magra que iba a deleitarme aquella noche. Sólo un segundo más, para que no me molestara una rama baja, un simple segundo si el borrego se mueve hacia mí. Menos de un instante y…
…creo doctor que me atacaron miles de avispas a traición porque olieron a gozo que es símil a dulzura.