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-¿Se pensaba, antes de la muerte de Franco, que España podía convertirse en un caso único cuando ya no estuviera?
-Ya había constancia del peligro. Siempre, históricamente, cuando la democracia burguesa ha utilizado sus recursos habituales, como las elecciones, en contra del parecer del ejército, éste ha intervenido. El ejemplo más evidente es el de la República española. Cuando falla el control ideológico, actúan las armas. En 1974, cuando Don Juan de Borbón se unió a la Junta Democrática, en la que estaban la democracia cristiana, Satrústegui, el PSOE, el PC y otros, el sistema se vio en una situación comprometida, porque habían acordado crear tras la muerte de Franco un gobierno de conciliación nacional y convocar un referéndum para elegir entre la república o la monarquía. Había incluso encuestas que afirmaban que el 70% de la población quería una república. Así que el franquismo, que ya había diseñado la Transición entre 1946 y 1947, decidió buscar a quienes le garantizaran la continuidad del sistema. Y en Sevilla encontró a una gente que fue convenientemente pagada y agasajada a cambio del compromiso de no constituir un Frente Popular, porque sabían que un Frente Popular ganaría las elecciones. Yo creo que, incluso aceptando que el PSOE fuera de izquierdas, eso ocurriría también hoy. Ante eso, cabe preguntarse si es posible escribir lo mismo que hemos escrito siempre, como dijo Pratolini respecto a Auschwitz. Es una decisión ética. Vivimos en la caverna de Platón, en el engaño más grande y mejor preparado que se ha urdido nunca. En mi última ponencia en el PC, en 1979, afirmé que había que abandonar todos los cargos políticos y contar a la gente la verdad de lo que había ocurrido. Que teníamos un régimen corrupto por definición.