Yo volvería cien veces mil al pueblo en donde encontraba a mi madre cuando volvía del colegio, para sentir su abrazo agarrador que me transmitía calor.
El olor a campo modestamente desposeído de su sequedad, el de la alfalfa recién cortada, el de las gallinas revoltosas que se me encaraban si iba a recoger sus huevos, el sabor de aquel agua con sabor a pozo, el indicio a cocido en el fogón de leña que me encaminaba a la cocina en busca del tocino guisado que me ponía entre el pan para flotar de gozo, el silencio de las moscas agitando sus leves alas en busca de palabras dulces que llevarse a la boca, el áspero sentir de un suelo de barro prensado por décadas de pisadas de toda una familia, me hacían sentirme un niño con suerte especial al poder tener tanto en tan poco.
Yo volvería cien veces mil al pueblo en donde vivía con mi madre, pero alguien no me deja reencontrarme con la infancia.