Vamos a provocar el inicio de una deflación controlada para sujetar el gasto público, a costa de bajar TODOS los sueldos y pensiones. Como Japón en los últimos decenios. Recetas viejas para problemas viejos.
Al anuncio de la bajada de todos los sueldos de los funcionarios públicos seguirá cuando menos la congelación de los sueldos privados, por las buenas o or las malas.
Tampoco existirá resistencia por parte de las Comunidades Autónomas o Ayuntamientos, pues dependen de Madrid para seguir teniendo liquidez o para endeudarse más, por mucho que ellos controlen el gasto de gran parte de nuestra economía pública y de los sueldos de sus funcionarios. El PP tendrá mucho que decir en este asunto.
En la práctica, una bajada del 5% en julio de 2010 y la congelación para 2011 supone una pérdida real del poder adquisitivo de un 7/8%. O no, dependiendo del IPC. La decisión lógica, será la de consumir menos. O gastar menos y consumir igual si los precios se controlan o bajan. El sector privado va a intentar la misma bajada, cuando en realidad ya la ha hecho en mayor medida a través de despidos y sobre todo de las recontrataciones que haga cuando vuelva la actividad. Una vez que se analicen los sueldos de los nuevos contratos que sustituyan a los despedidos, las bajadas de estos serán más que ese 8% del que hablamos.
Hay que pensar que efectivamente, los funcionarios tiene una suerte enorme con un puesto de trabajo fijo y un sueldo que aunque baja (de momento, pues en años posteriores se puede producir una subida lineal) un 7/8% en global, será menos de lo que bajen los sueldos globales de los trabajadores del mercado privado, cuando salgamos de la crisis, y estos si que no subirán nunca de forma lineal.
Los sindicatos, que no se han preocupado en exceso de los problemas laborales de las PYMES, van a tener que dar respuesta a los problemas de los funcionarios. Y pueden volver a perder implantación ante la sociedad, pues no será fácil que se entienda un enfrentamiento cuando hay tanto parado en las familias, sin solución y con una sensibilidad ante los despidos a flor de piel como es lógico.