No sé a ustedes pero a mi me corroe, me extraña mucho, que en plena crisis económica e incluso sistémica, no se esté hablando lo suficiente ni de crear puestos de trabajo ni de crecer en educación o formación. Hablamos constantemente de bancos, de reformas en pensiones o en las normas laborales, hablamos de impagados o de crisis inmobiliaria. Pero no se ven ideas nuevas para modificar la grave enfermedad del desempleo ni mucho menos de modificar nuestros sistemas educativos, por mucho que todos asumimos que son insuficientes o incapaces.
Atendemos el corto plazo, a quien grita más, y no somos capaces de plantear soluciones a los problemas del medio plazo. Unas medidas no deberían suplir a las otras. No se trata de priorizar ni por unas o por otras, sino de no dejar de lado las que nos sentarán las bases de las próximas décadas.
Casi hemos asumido ya —terrible esto— que el desempleo en muchas personas será ya definitivo por edad o por formación. Hemos asumido que tendremos un vacío generacional de casi una década, con todo lo que esto representa para el funcionamiento social. Tenemos asumido además que el mundo sigue moviéndose y que si nos hemos parado, otros —países, sistemas, normas— nos sobrepasarán. Pero no es cuestión de personas políticas que no saben gobernar. Que también. Es sobre todo cuestión de ideas novedosas, de asumir que todo ha cambiado y que los pensamientos viejos no sirven. ¿Qué desearíamos para España, una Merkel, un Sarkosy?, daría igual, ellos también están sin saber resolver los problemas fundamentales. Si somos lentos, los problemas —que siguen moviéndose— nos seguirán envolviendo. Muchas reuniones que no sirven para nada. Muchas desilusión en el tablero mundial. Por desgracia la historia nos ha enseñado en otros siglos cómo se resuelven estos problemas. Y me entra miedo.