Tengo claro que los crucifijos no deben estar en las cabeceras de las aulas escolares, por simple respeto a la pluralidad de creencias en un estado aconfesional como el español. No vivimos ya en la mitad del siglo pasado, cuando los miedos y los respetos a los seres supremos nos mantenían atados y callados en una sociedad con más miedos que soluciones.
Somos tan plurales a la hora de buscar nuestras verdades, a la de decidir qué hay después de todo esto o qué no hay, que la mejor manera de respetarnos entre todos es que no prevalezca una forma de pensar sobre las otras. Seamos religiosos o no lo seamos, el catolicismo puro ya no es la única manera de entender la vida y la muerte, la salvación y el bien, el pecado o el premio. Por eso imponer un símbolo muy respetado como único símbolo en el lugar central de un aula escolar es una tontería social que no nos debemos permitir.
Y diría más, quien primero no se lo debe permitir es la propia iglesia católica, que debe velar por el valor de sus símbolos y el respeto en el lugar que se merecen. No siempre contra más mejor. Así que se debería regular sin dudas este apartado, que si bien no es nada importante para los enormes problemas de la educación española, si parece crear tensiones tontas cada cierto tiempo, no se sabe si por visitas papales o por desviar la atención hacia otro lado.