Vamos a realizar un ejercicio literario sencillo pero a veces muy eficaz. Hay unas pequeñas reglas que no nos saltaremos, y después del ejercicio veremos y analizaremos los resultados.
O simplemente guardaremos lo escrito para un día diferente.
O simplemente guardaremos lo escrito para un día diferente.
Se trata de sacar y escribir los primeros pensamientos que nos vengan a la cabeza. No es nada sencillo, se advierte. La autocensura es brutal…, casi siempre.
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Nos marcaremos un tiempo fijo y para ello nos pondremos el reloj delante de la mesa de escribir.
No hay que distraerse, simplemente escribir todo aquello que nos venga a la cabeza.
Nos pondremos un tiempo de unos 10, 15 ó 20 minutos de ejercicio, y lo respetaremos.
Da igual si es escritura manual o en ordenador.
Empezaremos a escribir según nos vengan las ideas o pensamientos, sin pararnos a mirar si escribimos bien, con faltas de ortografía, con errores de puntuación, con lógica en los pensamientos.
Da igual qué escribimos, aunque sean pensamientos abstractos, aunque no tengan sentido, aunque no se enlacen unos con otros.
El caso es escribir según nos vaya viniendo a la cabeza el pensamiento primero, sin ningún tipo de censura mental.
Una vez trascurrido el tiempo marcado, revisaremos lo escrito y entonces sí…, corregiremos faltas o puntuación para darle sentido legible.
Pero no corregiremos ideas, no nos censuraremos para nada.
Guardaremos este texto como una idea en bruto, sucia, sin pulir, de la que posiblemente podamos sacar ideas para otros escritos; caminos que se puedan abrir y explorar; pensamientos que podremos colocar en los diálogos de algún personaje en construcción o por nacer.
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No es un texto definitivo, es un boceto, un montón de palabras a veces inconexas, que incluso hoy no tienen sentido ni calidad alguna, pero que guardaremos en un cajón con otros textos parecidos.
Es posible que en otro momento, con estos mismos textos que hoy no nos dicen nada, logremos edificar ideas nuevas.