La silla permanecía quieta contra la pared mirando de reojo mi presencia curiosa y extraña. En la residencia de ancianos yo todavía no ocupaba lógica, pero estaba esperando a una médico guapísima que además resultó simpática. Nadie es perfecto. La silla contra la pared, mirando el papel pintado en colores esperanza desentonaba como yo pues su color granate cantaba demasiado entre tanta suavidad y gente que con lentitud avanzaba entre pasillos. Los minutos pasaban mientras la simpática espera no llegaba, pero yo tenía que estar ocupado en algo para sentirme, y empecé a pensar en la vida de la silla. No parecía nueva aunque si moderna, no era del mobiliario de la residencia pues allí todo eran sillones de orejeras y comodidad cara, a juego con el precio de la asistencia. Le pregunté varias veces, si a la silla, si me tenía algo que decir, pero ella estaba seria y no quiso contestarme lo que no me sorprendió, pues es complicado hablar con las sillas ajenas. Entre mis preguntas sin respuestas algunas ancianas pasaban entre ambos, costando el camino que nos comunicaba, cercano pero al menos de un par de metros. NO la vi con intenciones de comportarse así que me levanté de mi sillón y la volví contra la pared de castigo. Ni así fue capaz de responderme o de sublevarse contra mi y mi decisión. Cuando ya pasado el tiempo y hube hablado con la simpática, pasé junto a la silla y se nos había vuelto a su posición anterior. Noté como movía una patita de aluminio para intentar hacerme la zancadilla. Entonces le guiñé mi mirada.