Es posible que la sensación de violencia real aunque pequeña —esa violencia tan mala como cualquiera otra aun siendo pequeña, pues nos invade y nos impide a su vez ver las cosas con otro color—, vaya en aumento por las vibraciones de los medios de comunicación, sobre todo la televisión, que parecen disfrutar con los gritos, los insultos, las malas formas, las vidas mal gestionadas de tontos que cobran por contarlo.
Sabemos diferenciar si somos adultos, lo que es violencia ficticia, literaria, falsa, de la que es violencia real o que nos parece real aunque sea esta más pequeña. Y el cerebro en su diferenciación queda más afectado por una violencia real pequeña que por otra que considera inventada en una historia que consideramos falsa, literaria.
Para evitar que las violencias reales se asienten en la sociedad hay que empezar por lo más bajo, que es también lo más sencillo. Evitar que nos influyan las malas vibraciones que nos regalan por y para la audiencia, pues sin darnos cuenta nos afectan.
Si absorbemos aunque sea sin querer violencia de otros, al final nos afectará sin duda, en nuestra respuesta, en la forma de entender a los que nos pasan por delante de nuestras vidas, en la manera de comprender y asimilar los actos de las personas que viven con nosotros. De nada sirve decir que a nosotros no nos afecta, no podemos conseguirlo. Si entramos riéndonos en un funeral, al final el ambiente nos abruma. Si entramos con un mal día en una fiesta de amigos al final nos contagiarán. El ambiente que nos rodea sí que nos influye y por eso no debemos beber de aguas amargas pues al final nos fastidiará la bilis. Dependemos de nosotros mismos y de nuestras decisiones para elegir qué vemos, qué queremos que nos influya.