Algunas veces las decisiones de los gestores parecen tomadas en una noche de luna llena y con algunas copas de más.
Si se decide atacar a Gadafi, atacar a Libia es lo mismo.
Si se decide atacar a Gadafi, hay que ganarle. Es imposible darle un coscorrón e irte luego a pasear los perros por el jardín.
Atacar a un país se llama guerra desde hace miles de años.
Es imposible atacar a un enemigo potente con dinero, armas y ganas de venganza, sin orden y concierto, sin ideas claras de quien manda y quien debe obedecer.
Si se ataca a un sátrapa, hay que poner como primer objetivo que este dirigente debe abandonar el poder. ¿Para qué, si no, se ataca a Libia? ¿para fastidiar a los libios y jorobarles su país? ¿para enseñarles lo chulos que somos el resto?
Si se está atacando tras 4 días de batalla es imposible admitir divergencias en la cadena de mando. NO se puede uno imaginar qué pasará cuando se lleven 100 días.
En el siglo XXI no se pueden plantear las guerras como en el siglo XX y menos como en el siglo XVIII. La infantería no tiene el mismo sentido y hay que aprender a buscar alternativas a la invasión.
A veces una buena patada en los riñones (de entrada), es mucho más eficaz que mil coscorrones por mal chico.
Si se decide empezar una guerra, hay que tener estudiado como afecta esta decisión a todas las demás decisiones de todos los actores del mapa mundial. Es mejor equivocarse que no haber hecho los deberes.