Estamos aprendiendo más de temperaturas nucleares y de fusión y fisión, que los propios técnicos que estudian años para intentar parar los accidentes nucleares. Nos inundan por todos los medios de datos, gráficos, informes, opiniones, sustos. Es la información global, el drama compartido. Pero unos lo sufren sin hogar y otros desde el sofá de nuestra casa.
Es la sombra alargada de la muerta, del drama sin nombre, del castigo de la naturaleza, para darnos cuenta de que somos muy poca cosa que no podremos nunca dominar el continente. Somos una pequeña parte del contenido y nada más.
Ahora nieva para pintar de blanco la muerte, el gris de la derrota, el destrozo y la miseria. Es un color imbécil cuando no sirve para dar todavía más problemas, para complicar la convivencia y el rescate. Se nos olvida que tras los problemas nucleares hay un drama inmenso que nadie resolverá. A muchos cientos de miles de japoneses el problema nuclear se la trae al pairo, pues ellos ya han perdido la esperanza. El drama nuclear nos afecta a nosotros, por que no queremos contagiarnos de sus problemas. Somos los pequeños egoístas que ayudamos pero desde casa, sin mancharnos mucho las manos, con comodidad.
Lo que si es ejemplar y maravilloso, es la posición social de los japoneses con sus silencios y gestos, sus calmas y dolores callados. No se trata de copiar, pero tal vez de admirar.