Europa en política internacional lo está haciendo tan mal, que pagará con creces sus errores. El último ha sido dejar de apoyar a Gadafi, tarde y mal. Si los apoyos a los rebeldes del Consejo Nacional Libio se hubiera producido en la primera semana de revueltas violentas, de manera rápida y contundente, ahora Gadafi o no estaría gobernando y bombardeando a sus ciudadanos o no tendría fuerza y poder para plantar cara a las fuerzas rebeldes.
Pero se han esperado tantos días en dar una respuesta contundente contra Gadafi, como para que sus fuerzas leales reconquisten dos ciudades que pueden ser claves en su guerra civil, del Oeste de Libia, quedando sus fuerzas a 10 kilómetros de Misrata y caminando aunque con dificultad hacia Bengasi en el este, mientras bombardea a su gusto las ciudades que están en el camino de su victoria.
A Gadafi, con todo el dinero de Libia en su poder, no le está costando mucho contratar a mercenarios para tener más poder militar y de amenazar que de ganar esta guerra civil se alineará con Al Qaeda, con tal de fastidiar a los poderes políticos y sociales occidentales de Europa y EEUU.
Son planteamientos muy claros los de Gadafi. “Tengo todo perdido, luego tengo que actuar con contundencia suma”. Mientras, Europa —que optó por estar casi callada—, decide diplomáticamente —como muchas otras veces—, lo que luego no es capaz de asentar con la contundencia que necesitan las fuerzas que son apoyadas, Europa espera que al final Gadafi no logre afianzarse en el poder, pues la venganza será imposible de evitar, más en una cultura como al Libia, tribal y dada precisamente a los escarmientos. Y todo por no tratar los asuntos internacionales con la visión de futuro que se necesita.
O no se apoya a los rebeldes y nos callamos como avestruces; o si los apoyamos debe ser con todas las consecuencias militares. En la guerra no hay medias tintas, es imposible.