Hoy, que recordamos —aunque sea solo un poco— la llegada de la Segunda República a España, es buen momento para replantearnos posibilidades históricas.
No tiene sentido mantener eternamente una Monarquía como forma de Jefatura de Estado, en un país occidental y sin preguntarnos qué debemos hacer para el futuro. Necesitamos terminar esa transición que tan bien supieron empezar todas las fuerzas políticas de este santo país en 1975, pero que 35 años después necesita un nuevo empujón, un nuevo giro, para evitar que estos cambios nos vengan de golpe, que siempre duele más.
Pero no mantener la Monarquía no supone desplazarla totalmente, retirarla, abolirla. Hay siempre diferentes maneras de ver los vasos con agua. Una República tienen sobre todo y en primer lugar un Presidente de la República o del Estado. España puede ser un Estado con un Presidente presidenciable y elegible por todos, sin que por ello hay que desplazar al Rey a las tinieblas, que es una manera de intentar construir poco a poco el futuro.
Un Presidente de Estado, con cinco años de mandato para que no coincida con las Elecciones Legislativas, y con unos poderes más amplios en representación de los que tiene actualmente el Presidente del Gobierno. La figura del Rey puede seguir siendo la de representante de España en el exterior pero no en los ejércitos, por poner un ejemplo de separación de poderes.
Las leyes no las debería tener que firmar el Rey sino el Presidente del Estado, por poner otro ejemplo sencillo de reforma constitucional.
Es una manera de ir más hacia un Estado moderno, más democrático, y sin tener que prescindir de la figura de la Monarquía que tiene su sentido representativo histórico en algunas actividades de relaciones exteriores.
Vamos, un si pero no; un con todos pero sin mí o al revés.
Es labor de los políticos, de todos, resolver las gestiones del día a día, pero también la de construir el futuro del medio y largo plazo, intuyendo reformas necesarias, consensuando aquellas que resulten más complicadas hasta ser capaces de enseñar a la sociedad que son capaces de ponerse de acuerdo sin dejar de estar enfrentados en sus respectivas maneras de entender la economía y todo lo mucho que ella mueve en las gestiones de las sociedades.
Vamos, que no necesitaríamos ni ser llamados República, pera tener un Presidente de Estado diferente al actual Rey. Con reformar ligeramente el artículo 56 de la actual Constitución y añadir un artículo que modifique las funciones del actual Presidente de Gobierno, podría bastar, aunque sería deseable una actualización más amplia, por la edad más que nada.