Lo que está sucediendo en la central nuclear de Fukushima requiere cambios mundiales y urgente en el control de la energía nuclear. No es posible que de surgir una crisis, un accidente, sea la empresa propietaria quien dirija las labores de solución del grave problema creado, pues no se garantiza que se tomen las medidas necesarias en el momento idóneo.
El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) debe tener poder ejecutivo en cuanto la alarma nuclear pase del nivel 3, para actuar con sus técnicos sobre la empresa del accidente, desplazando a los propietarios de la plata nuclear y a sus dirigentes y trabajadores, por mucho que estos sepan mejor que nadie la estructura particular de la empresa accidentada. De esta forma se garantizaría que se toman las medidas drásticas necesarias (que a veces pueden no ser interesantes para los intereses de la empresa, pero si para el medio ambiente y la población cercana) y sobre todo garantizaría que las propias empresas nucleares vigilarían todavía más el posible riesgo de accidente nuclear pues sabrían que ante el problema serio, serían otras personas la que tomaran el control de la planta accidentada, con todas las consecuencias.
No es asumible que la planta de Fukushima estuviera en los últimos años dentro de un plan de recortes de gastos, sin un control exquisito por parte de el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). No pueden servir las directrices de una empresa para revisar cambios en una planta nuclear privada, y aunque ya existen controles, estos deben llegar hasta la implicación total en la planta, quitando el poder de gestión de la misma a la empresa privada que es su propietaria.