La vista nos engaña, es capaz de hacernos creer que los tonos que observamos en una imagen, sobre todo si esta es plana y no podemos mover nuestro punto de vista, son distintos a los que realmente son.
Tanto en la cantidad de luz que observamos como en la calidad y color de la misma. Un color nos parecerá más o menos gris, menos o más neutro, según los colores que le rodean. Una zona será más o menos clara u oscura según las zonas que le rodean. Tendrá más o menos componente de cada color según esté en sombra o no.
El ejemplo más conocido y empleado para demostrar esta sensación visual, es el tablero de ajedrez de la imagen, en varias versiones.
En la imagen, los cuadraditos marcados como A y B tienen el mismo tono. Los puede ver separados de la imagen principal e incluso los puede medir con el densitómetro de “información” de Photoshop. Pero en cambio en la imagen principal, el ojo nos engaña y nos dice que el cuadrado A es de los oscuros y el cuadrado B es de los claros en el tablero de ajedrez. Por este motivo es imposible decir qué tono en números debe tener un color en concreto que esté dentro de una imagen, sea piel, azul cielo, agua de mar, o el amarillo de un plátano por poner ejemplos que todos tenemos claros.
En una imagen plana, en una imagen digital, lo importante es lo que sentimos, lo que creemos ver, no los valores matemáticos reales que tiene cada zona en concreto. Si a todos los colores de una piel de plátano les asignamos el mismo porcentaje de color, en algunas imágenes nos parecerá perfecto y en otras totalmente artificial.