En la conferencia del economista Antón Costas en Zaragoza, dió en el clavo ante un elemento que se tiene en cuenta muy de refilón. ¿Es Europa un juego de suma cero? Contextualicemos para los que no conocen esta terminación. Un juego de suma cero es aquel en el que por cada ganador hay un perdedor. Si tiramos una moneda y uno se lleva todo lo apostado y el otro se queda sin nada, estamos ante un juego de suma cero.
En Europa podemos hacer la siguiente simplificación: Si alguien exporta es porque alguien está importando. Eso es cierto, siempre y cuando las relaciones comerciales se den dentro de Europa. Si todos los países de Europa exportaran, significaría que los que importarían nuestros productos tendrían que estar fuera de Europa (hablo siempre en términos netos).
Cuando se dice que España debe crecer exportando (pues actualmente no tenemos otra opción), significa que otros países deben importar nuestros productos y que otros países exporten menos. Por ello, incluso muchos de los que reclaman austeridad (y yo estaría quizás, próximo a estos) para España, piden a los países del núcleo europeo (Alemania, Francia…) que no tome medidas de austeridad y potencien su consumo interno, dejando a la periferia que pueda exportar más.
En cierto sentido, podemos entrar en una de esas guerras de divisas que, al estilo de la competencia a la Bertrand, devalúe los precios de forma que todos los países bajen sus precios para atraer a los consumidores, de forma que, poco a poco, al igual que las empresas, reducen el precio al mínimo posible y reducen abultadamente sus beneficios.
A las empresas no se les permite entablar relaciones y estrategias competitivas para alejarse conscientemente de este proceso (aunque aun así lo hacen, aunque sea indirectamente), pero a los países sí se les permite entablar relaciones y estrategias de cooperación. De ahí que muchos tienen miedo de que volvamos a una época de “proteccionismo” (que de momento no parece ser el caso) y abrazan la globalización. Aun así, todos luchan por exportar (siguiente la creencia clásico de que “es lo óptimo”, bajando sus costes, sin darse cuenta de que, en esencia, podemos ser participes de un simple juego de suma cero en el que al final, irónicamente, todos perdamos.