Algunos de nosotros nos hemos dado cuenta de la que se nos ha caído encima con la crisis por leer la letra pequeña de los periódicos y por ver los telediarios de tirón. Y digo “que solo a algunos”, por estar seguro de que a la mayoría de españoles esta crisis le parece una cosa de las televisiones, si acaso de los políticos, incluso un invento de los vagos y casi maleantes que encima de no querer trabajar desean cobrar de papá Estado por el morro.
Si miras los bares y cafeterías, los restaurantes e incluso los hoteles de playa de invierno, verás que están igual de llenos o de vacíos que antes de los sustos económicos. Realmente a ese 75% de los españoles que no les afecta la crisis, este asunto les parece un tema impertinente que a ellos ni fú ni fá.
Nos está costando excesivo esfuerzo explicar, mejor dicho, hacer entender, que esta crisis es culpa de todos nosotros, que ni tan siquiera es culpa de los banqueros o de los políticos bobos, que también, sino de todos nosotros. Cuando decíamos que no era lógico pedir hipotecas para 35 años con sueldos de 1.000 euros y nos reíamos por la bajo, estábamos poniendo en peligro nuestras jubilaciones. Cuando veíamos como los jóvenes se casaban y se marchaban de Viaje de Novios al Caribe en vez de a Salou, sin tener trabajo seguro y debiendo un riñón de hipoteca, sonreíamos por los suegros que pagaban. Cuando los hijos de los amigos, sin dejar de estudiar, ya se compraban un coche pequeño pero nuevo para evitarse averías, volvíamos a sonreír. Cuando nos sorprendía Portugal con una velocidad en internet superior a Holanda o cuando sabíamos que en algunos extensos territorios de España se trabajaba 4 meses y se cobraban 8, sumando ayudas y sistemas de apoyo, torcíamos la mirada pero poco.
Vamos, que nos hemos acostumbrado de siempre a mirar o al suelo o al cielo, pero pocas veces de frente. Y eso tiene un precio. El mismo que los grandes aeropuertos vacíos, las vías del AVE carísimo que restó servicios baratos de viaje por tren, o los polígonos industriales en cualquier pueblo que necesitara recalificar unos terrenitos de nada. El caso es creernos que esto era la leche y que los que mandaban eran los nuevos dioses del “todo gratis”.
Nadie tuvo arrestos de decir que los impuestos eran bajos; de enseñarnos para qué servían los impuestos; de qué forma se pagaba todo esto que costaba mucho más de lo que pagábamos; de que por cada farola nueva con su semáforo adherido había que pagar una pasta gansa entre todos nosotros. Vamos, que por cada mil euros que nos estafaban los listos de turno en la farola, eran mil euros que teníamos que pagar tú y yo.
Ahora los bancos, que han jugado a “jugar” con nuestro dinero, son reclamados a tener más pasta en caja. Pero de momento los gerentes se han repartido la pasta gansa y ahora toca dimitir y vivir del cuento. Se acabó dar crédito hasta que se pague lo que debemos entre todos. No hay más dinero. Lo entendamos o no; es igual. No hay y ahora toca pagar, si se puede. En la misma medida en que vayamos pagando la hipotecas que “les debemos a los bancos”, nos irán dando más crédito. Perdón, que me equivoco: “que les debemos a los impositores de los bancos”; que el dinero que debemos no es del banco, es de los ahorradores e impositores. Deben saberlo también los que tienen pasta (o pastita) en la libreta más básica de su Caja de Ahorros.