Desde el año 350 de nuestra era celebramos la Navidad el 25 de diciembre, más o menos junto a la fiesta pagana del solsticio de invierno. El Papa Julio I, un tipo listo para sus tiempos, decidió que nada como celebrar el nacimiento de Cristo junto a una fiesta pagana, para traerse fieles descontentos o indecisos. El siempre devenir de apoderarse de los indecisos cuando se habla de política y aquello era política sin duda.
En estos tiempos, cientos y cientos de años después de que Julio I decidiera poner estas fechas como las de Navidad, la inmensa mayoría celebramos estos días llenos de laicismo aunque ni lo digamos ni se note casi. Incluso los belenes son ya laidos o agnósticos. Los montamos como parte de unos ritos “guapos”, como quien juega a soldaditos o a casitas de muñecas. Hay un fondo religioso en ello, pero no por eso creíble en la mayoría de los que participamos. La religión es ya en muchos casos algo que existe pero sobre la que no hay que creer a pies juntillas, o incluso sobre lo que no hay ni que dudar pues no merece la ocasión. Más o menos como el funcionamiento de la televisión. Sabemos que es mentira pero seguimos jugando a verla cuando no tenemos nada mejor que hacer.
Y sin duda luego hay otras muchas personas que son fieles a unas ideas y por ello igual de respetables las unas y la otras. Lo maravilloso es no intentar incidir en la creencias, dejar que cada uno creamos a nuestra manera y nada más. A mi los que primero me enseñaron a creer de una forma muy personal fueron los Hermanos Maristas cuando yo era niño. No sé si era eso lo que intentaban, pero sin duda era eso lo que yo entendí y ellos consiguieron. Ne me diréis que este Papa vestido de Papá Noël no resulta simpático para cualqueir Árbol de Navidad.