La motivación, del latín “motivus”, causa o motivo por el que las personas o animales se mueven en aras de conseguir “algo” —una necesidad o una solicitud, una orden o un objetivo—, es una de las causas por las que los equipos y las personas individuales de estos equipos, logran acercarse a la excelencia en sus obras, en sus trabajos, en sus ideas.
Es por ello que todo gerente de equipo, todo entrenador o jefe de grupo aspira a crecer en motivación hacia su grupo o equipo, pues sabe que es la manera de lograr mejores objetivos, mayores metas, más potentes uniones de trabajo en equipo.
Pero la motivación no solo se debe basar en activar las energías de cada persona de un equipo. Esta motivación sería la más sencilla. Lo más importante es conseguir mantener en el tiempo esta motivación. La durabilidad de la motivación es lo más necesario y lo más complejo de lograr. Hay que lograr motivar, pero más todavía que quien se motive sepa asumir su mandato y su nueva actividad más fuerte, y además logre mantener en el tiempo este nuevo estado, en aras de ser capaz de encontrar el nuevo objetivo.
Hay pues dos objetivos internos que debe asumir cada persona de un equipo para que logre motivarse.
Tener claro el objetivo a alcanzar.
Tener cada persona un interés personal en conseguirlo.
Esto quiere decir que debe ser motivado y dirigido con claridad y contundencia y además debe saber que tras la motivación habrá una recompensa. Dos pasos muy importantes pero muy complejos.
Hay que saber motivar y a la vez hay que saber dar recompensas, que se mantengan y que no se olviden. Los incentivos para lograr la motivación pueden ser muy variados y casi nunca los más fáciles son los mejores. En una organización laboral, el sueldo no es una motivación importante, lo es primaria y por ello muy susceptible de perderse enseguida. Las personas olvidan enseguida las recompensas en dinero que simplemente —si, simplemente— aumentan lo ya cobrado. Aumentar el “sueldo” no es una recompensa en sí misma, sino una consideración, un reconocimiento. Una lógica paga de justicia. Para recompensar hay que buscar otros mecanismos más complejos, que entren más en la psicología de la persona.
Un equipo deportivo no gana más sueldo —o casi— por ganar partidos, pero en cambio obtienen recompensas personales muy importantes si el equipo funciona muy bien. Reconocimiento del grupo, más libertad, mejor trato, más seguridad, más reconocimiento exterior. O por qué no, más reconocimiento hacia las personas que rodean al protagonista, en su vida personal.
Para motivar hay que explicar muy bien cual es el objetivo que se aspira alcanzar con la motivación. Los integrantes del equipo deben saber cual es la meta a conseguir. Da igual si es una meta grupal, individual, de lujo, económica, de cultura, deportiva, de placer. El caso es tenerlo muy claro, visualizar el objetivo alcanzado; la meta.
En todo acto vital hay un impulso que nos lleva a disfrutar de una libertad en nuestros actos. Por eso la motivación es también y sobre todo entregar responsabilidad individual a las personas que integran el equipo. Debe haber también un acto de reconocimiento a la labor realizada, como un avance hacia un lugar mejor, hacia la excelencia. Y por último debe estar muy claro que en todo acto de motivación hay una necesidad de conseguir como equipo algo que es muy complejo conseguir individualmente. La motivación de cada uno de nosotros no sirve de mucho si no va acompañada de la motivación de cada uno de los integrantes del equipo, para así ayudarnos los unos a los otros en beneficio del equipo, del objetivo común.
Si en el equipo y en cada una de las personas que integran el equipo, hemos conseguido que interioricen la necesidad de que cada uno entregue lo mejor de sí mismo en aras al objetivo y a la suma del equipo, estaremos acercándonos a la excelencia posible, que a veces es suficiente o a veces no, eso ya depende de cada grupo de trabajo.