Los empleados, cada empleado, es algo muy importante en tu organización. Si no lo es, algo falla, tú o él. Conoce bien a cada empleado y no emplees traductores en forma de personas interpuestas para comunicarte con ellos.
Hay que estar seguro de donde se encuentra tu empresa, qué objetivos persigue y que le falta por conseguir. No te asuste la trasparencia y la información, si acaso la forma de trasmitir y de ser claro.
No seas paternalista. Las personas no buscan padres, ya los tiene o los tuvieron. Buscan líderes y gestores capaces. Critica con justicia pero sobre todo felicita cuando algo se ha realizado bien.
Ataja los problemas de raíz. Aprenda a aprender, a conseguir información y a gestionar con rapidez los problemas antes de que se hagan muy grandes.
Haz promoción dentro de la empresa, pero hazla con inteligencia social, por competencias profesionales y nunca por amistad. Con la promoción se puede motivar. Pero si se hace mal se desmotiva enormemente.
Comunica bien. Pero tanto los errores como los aciertos. El grupo necesita disponer de información, de claridad, de posibilidades para intercambiar ideas.
Querer es poder. Trasmite positivismo, ganas de colaborar, ánimos nuevos cada día. Debes tener —como jefe— una credibilidad a fuerza de fallos. Los jefes también nos equivocamos. Más que los demás, pues tenemos que tomar más decisiones.
Sé justo y motiva a tus personas de tu grupo. Pero no conviertas la empresa en un campo de batallas en donde cada persona deba estar constantemente en alerta para ganar esas peleas. El ambiente de trabajo debe ser de cooperación.