Ayer me reunía con un empresario sobre las posibilidades de negocio que están teniendo son su empresa en Rumanía, país sobre el que dirigieron sus inversiones hace casi una década tras cerrar todas sus plantas de producción en España. Los primeros años fueron espantosamente duros, lo cual me afianzaba en la opinión de que se habían equivocado totalmente, sin entrar a valorar que me parecía una barbaridad social cerrar empresas en España para deslocalizarlas en otro país.
Las cosas han cambiado mucho en estos 7 años, tanto en España como en Rumanía. Las diferencias ya no son tan tremendas como para que salten multitud de anécdotas empresariales y curiosas en cada encuentro.
Me decía que en estos momentos tienen abiertas en Rumanía más de 50 tiendas de…, pongamos que venta de mantas de lana, para no dar pistas. Y que su éxito es fabuloso pues el no tener clientes en Rumania que les compren su propia producción, pueden comercializar allí sin problemas y sin hacerles competencia a sus propios clientes y además a unos precios que moldean según zonas y tipo de venta. Me pareció una buena ocasión para intentar meter palanca para intentar que España recibiera al menos esas inversiones comerciales, pero parecía que era algo que aun con mi insistencia, no se puede hacer en España, pues parte de su producción en Rumanía la venden a clientes españoles que son quienes los comercializan y que no admitirían que tiendas montadas por la fábrica que sirve sus productos, que tiendas montadas por sus propios proveedores, les hicieran la competencia dentro de España.
Los precios de los productos que venden en sus propias tiendas son cuando menos “muy competitivos”, pues pueden además diseñar sus productos con los elementos que les sobran de stock de otras producciones. Si les sobra color amarillo, crean mucho de color amarillo. Si durante 3 meses van a tope produciendo para sus clientes de España, Alemania o Italia, no fabrican nada para sus tiendas de Rumanía y vender productos de almacén. Si una remasa de productos es devuelta por no ser el color amarillo del gusto del cliente final o por tener despegado ligeramente el membrete, lo emplean para venderlo en sus tiendas de Rumanía a precios algo más bajos, pero sin perder nunca dinero.
Yo insistía en buscar fórmulas para que se pudieran traer esas inversiones comerciales hacia España, ya que no es posible volver a traer la producción, una vez que el mercado laboral de Rumanía se ha estabilizado y ya tienen una gran plantilla “aprendida”, dos de los muchos problemas fundacionales de su atrevimiento empresarial tan lejos de España. No hay posibilidad por la particular forma de entender la competencia entre los mercados de distribución en España. Nunca aceptarían sus clientes españoles que se les pudiera crear una competencia con productos ni parecidos a los que ya les venden desde las fábricas. Y parece que resulta imposible que los clientes no se enteren a los cuatro días, de que se han montado las tiendas competentes y con ganas de hacer la competencia.
Ahora están buscando nuevos mercados en otros países en donde no tienen clientes a los que proveer, para seguir abriendo tiendas que curiosamente adaptan a cada particularidad de los países, pero solo lo justo, entregando calidad y diseño pero sin perder su personalidad como país en el producto que fabrican. Sería como un: “El mejor y más moderno diseño, pero fabricado para ti”.