Queremos ser mejores y más capaces, pero nuestra fuerza depende muchas veces de incontrolables motivos, a no ser que sepamos detectarlos y defenderlos como un gran activo personal. Algunos perros pierden gran parte de su genio cuando les cortan el pelo, se sienten como otros, vacíos de su personalidad, como si no se reconocieran. Es decir, pierden su propia autoestima. No están seguros de ser capaces en defender sus territorios como antes del cambio de imagen, pues ellos ya saben que no son como antes. Confían en su aspecto exterior, pues no saben dominar su interior, su instinto animal.
Las personas confiamos gran parte de nuestra autoestima y poder, a nuestra forma física, a nuestra imagen exterior, a la sensación que trasmitimos —o creemos trasmitir— al resto de personas que nos rodean. En realidad seguimos siendo en parte como pequeños animales que eso si, hablamos y sabemos leer y escribir, pero que tenemos conductas viscerales muchas veces erróneas.
No potenciamos en su justa medida nuestro poder interior, ese activo personal que no cambia —no debería cambiar— si nos cortamos el pelo, si acabamos sin empleo, si contraemos un enfermedad, si nos divorciamos.
Nuestro poder interior es más complicado de observar por los que nos miran de refilón. Si logramos ser respetados y queridos, tenidos en cuenta o despreciados por nuestro interior, será mucho más complicado que nos arrebaten nuestro poder de seducción o de miedo, será casi imposible que perdamos nuestra autoestima —positiva o negativa— por un accidente en el camino de la vida.
Cuidemos nuestra personalidad, no la descubramos totalmente al primero que pase a nuestro lado, no nos desnudemos ante el que no se quiere desnudar nunca. Seamos capaces de conocernos mejor y de cuidar nuestra fuerza interior, por encima siempre de la exterior.