Me ha parecido tan claro y preocupante, tan triste y alentadora a su vez, la columna del periodista Manuel Vicent en la última de El País del domingo 13 de mayo de 2012, que no ha podido otra que buscarlo —tampoco era como para picarlo de nuevo— y dejároslo para vuestra lectura. Es como una fotografía con flecos, como un señuelo en el que caer para sufrir sin tener que pensar mucho ni ir enumerando aquellas dudas que nos llenas los sesos. Todo reunido y revuelto para que cada uno le ponga el orden de importancia que su corazón melancólico le pida. Una pena que sea tan claro este Manuel, nos está jodiendo con los dolores que nos produce. A veces es mucho mejor no saber leer.
Tal vez habría que remontarse al final del siglo XIX, cuando España terminó por perder las últimas colonias de Cuba y Puerto Rico y se estaba desangrando en la guerra de Marruecos, para hallar una caída moral, una confusión política y un desprecio por la propia patria semejante a la que atenaza a los españoles en este momento. Ganivet había escrito entonces que el problema de este país se solucionaba echando un millón de españoles a los cerdos. La Generación del 98 hizo del pesimismo nacional su estética literaria. Ortega sentenció: lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa. Parece que aquí hoy tampoco sabe nadie la forma de salir de la crisis, salvo la de ensayar una vez más la curación por la saliva, propia de un país de leguleyos rábulas, políticos burócratas y sacamuelas de tertulia, de modo que al final el problema de la economía se disuelve en un flato ensalivado de opiniones arbitrarias, juicios vanos e insultos en una algarabía de corral de gallinas. “España se hunde en la miseria, necesita otro cirujano de hierro”, exclama un contertulio. De momento él ya tiene la vida resuelta diciendo gilipolleces por varios canales y emisoras distintas en un solo día. Han vuelto los cesantes y mendigos galdosianos. ¿Adónde habrá que mirar para salvarse? ¿Al palacio de la Zarzuela? ¿A la presidencia del Tribunal Supremo? ¿A la Moncloa? ¿A los diputados? ¿A los banqueros? ¿Al Vaticano? ¿A los jóvenes del 15-M, acampados en la Puerta del Sol? En cualquier punto donde fijes la mirada no hallarás sino a un Rey que mata elefantes y a su yerno que mete mano en el erario público; al primer magistrado del Supremo envuelto en un escándalo de hortera; a un presidente del Gobierno que exhibe en público el impudor de sus dudas; a los banqueros que se premian con una masa ingente de dinero después de arruinar a los accionistas; a los obispos que bendicen este infame Cafarnaún con palabras hipócritas pronunciadas con el cuello blando. Está bien. Quedan los ciudadanos que cumplen con su deber. Quedan los jóvenes airados y su utopia. En Sodoma, Yavé estaba dispuesto a detener la lluvia de azufre si había un solo hombre bueno. Buscad a un buen panadero. A partir de un panadero honrado se puede levantar de nuevo una gran nación.