Mis encuentros con amigos desempleados van en aumento, por la propia dinámico del mercado laboral. Con dos hijos, solo es la esposa quien trabaja. Él era (es) contable, el hijo tras siete años cree que es ingeniero de algo y la hija recursos humanos. Con la mirada algo más perdida hemos hablado de su inglés incipiente que va aumentando a través de una academia, de los malos tiempos que nos han tocado para jodernos, de su insistencia en los currículos aunque no se ajusten a sus cualidades, del entendimiento familiar ante su nueva situación que ya empieza a pesar. Si, también tiene más de 50 años y sabe que está muy jodido poder reenganchar, pero no quiere pensar en el abandono, en perder la fuerza, en no lograr un empleo “de lo suyo”. Hay que ir preparándose para NO encontrar empleo DE NADA.
Hemos quedado para hablar esta semana con más calma, también con él quedaremos para intercambiarnos penas —ya somos tres cincuentones de chaqueta y corbata—, para trasladar las experiencias de cada uno a un saco conjunto y ver qué se puede hacer con todas ellas. Yo lo tengo bien, mejor que ellos por mi mala salud y mi derrota ya asumida. Pero ellos todavía confían en lograr sacar la cabeza del pozo. Yo les ayudaré con optimismo a intentar ver el amanecer aunque venga nublado y tarde.