Estamos en el fin de semana que menos personas estamos en nuestra posición habitual, pues las vacaciones son las que se llevan los movimientos lúdicos necesarios. Pero este año no estoy notando una bajada en la visitas a mis blog como otros años para estas fechas. O tengo más visitantes que no son de España o nos estamos escapando mucho menos, que va a ser esto último.
Asumido que ya no nos vamos de vacaciones a hoteles chulos, son los pueblos los que recuperan la vida perdida en los inviernos, lo cual además de ser un alivio para ellos es un lujo para nuestra forma de vivir. Un pueblo es la calma, el diálogo, el intercambio vital de experiencias, el volver a los ancestros a recuperar olores y sabores. Un pueblo es hoy un lujo para descansar y para replantearse prioridades. Lo malo es que enseguida vuelve el otoño y con ello la calma de los muertos, el silencio de los desesperados por el abandono y la soledad.
Todos necesitamos tener un pueblo en nuestras vidas. Yo no lo tuve por nacimiento y lo noto. Realicé tres intentos para apegarme a uno. Pero al no haber raíces con los años se fueron quedando en intentos baldíos. Ni Gurrea de Gállego, ni Soto de San Esteban, ni Cambrils lograron por diversos motivos, todos ajenos a mi decisión, cubrir el hueco del pueblo en mi trascurrir vital. Pero al final vivo en un barrio cerrado que casi parece un pueblo mediano. Así me hago a la idea y salgo al campo cuando quiero a escuchar a las chicharras.