Ayer tuve una reunión de alto nivel, todos eran gentes preparadísimas. El más tonto con diferencia era yo. Digamos mejor el mucho menos formado, el con menos experiencia en los temas tratados.
En teoría todos éramos personas con algo en común a la hora de defender los planteamientos sobre los que hablábamos, llegábamos con mucho que nos unía y menos los que nos debía separar. Pero a la hora de plantear soluciones la discrepancias eran patentes. Tras 3 horas de debates no salió nada claro, ni una luz, ni un brillo, ni una meta.
Yo no intervine dada la fuerza de los contertulios, me limité a escuchar y aprender para otras ocasiones, no era cuestión de parecer lo que se es. Disimulaba y tomaba nota. Pero al salir me fastidió que no se lograra avanzar nada. Tal vez deberíamos haber intervenido los “tontos” par poner sentido común del sencillo, del básico, del de la calle. Sirve de poco estar muy convencido de las cosas si no logramos ponerlas en común para trabajar por ellas.
Da la sensación de que cuando se alcanza cierto nivel las ideas que nos han ido construyendo nuestra personalidad se vuelven tan duras y propias que es imposible lograr negociarlas, y por ello se vuelven ineficaces pues los otros también tienen la suyas. Me da la sensación de que o nos prestamos a negociar incluso nuestros pensamientos o no avanzaremos nada. ¿Y tú qué piensas?