Nos acostumbran a consumir desaforadamente y sin control, y nos enseñan a no darnos cuenta de esto, que es lo más curioso, creyendo además que consumir es el camino para la felicidad. Toda una sarta de errores perfectamente planificados para engañarnos y conseguir sus objetivos, unos mercados que trabajan perfectamente con y contra nosotros.
Pongamos ejemplos. Podemos comprar una lata de cerveza por 24 céntimos. Yo he pagado en un bar de Madrid hasta 4 euros por una cerveza. Son casi 17 veces más. Disfrutar de una cerveza es sobre todo disfrutar de la compañía de alguien o de algo. Poco tiene que ver el tipo de vaso, la marca de la cerveza o el sonido ambiente. Pensar así es convertirte en raro de solemnidad, en diferente. Nadie nos impide tener la libertad de pagar por una cerveza 10 euros, pero sepamos que se puede elegir pagar 24 céntimos.
Un hermoso paisaje, una música, el sol, una brisa al atardecer, un beso, escuchar a unas aves, la caricia de un niño, ver un cuadro, hablar con unos amigos, el sexo, un vaso de agua. Son cosas casi imprescindibles y muy baratas, en muchos casos gratuitas. Pero nos han enseñado perfectamente manipulados a consumirlas con aderezos para convertirlas en caras, consumiendo más de lo que muchas veces podemos pagar.
Pero en cambio nos engañan con los consejos manipulados. Debemos practicar sexo en la suite de un gran hotel, escuchar música con los mejores cascos anunciados, ver un cuadro que está en Estocolmo, tomar agua embotellada en el Himalaya, observar el ocaso del Sol en Cancún, vestirnos con costosos trajes para seducir a nuestra pareja olvidándonos de hacer un ligero detalle de amor. Convertimos lo importante en accesorio, para así consumir, equivocándonos de objetivos.