Buscando mi santa por los cajones ha encontrado un viejo artilugio imposible de explicar bien sin producir asco, a no ser que seas padre reciente.
El sacamocos.
El sacamocos es un aparatito pequeño, en mi caso de color naranja bonito, que servía para sacar los mocos a mis actuales hijos treintañeros, como muy bien explica su nombre, a los niños enfriados para evitar que le bajaran a la garganta las flemas verdes con las babas y gargajos. Los críos muy bebes no saben sonarse, no saben expulsar los mocos; y limpiarlos con un pañuelito no sirve de mucho o al menos no del todo según los manuales de “ser padres”.
Así que se emplea el sistema torturador del “sacamocos”, artilugio con el que consigues hacer llorar a los niños, metiendo por sus agujeritos de nariz un pitorro trasparente, hacer vacío con una especie de perilla y extraer con rabia los mocos que le amenazan con asfixiar. Nunca salen a la primera, hay que seguir intentándolo mientras el niño rabia y llora desconsolado. Tú le intentas decir que es por su bien, pero los puñeteros niños ni caso, lo juro, te miran con cara de odio aunque tengan unas semanas y no te escupen por que tampoco saben escupir. Nacemos muy poco preparados para defendernos de las torturas de los padres.
Al final, estos trabajos tan duros siempre nos terminan cayendo a los padres, pues las madres se apiadan enseguida y dejan los mocos sin salir del todo. Y ya que hemos jodido al niño con el sacamocos, qué menos que terminar de vaciarle las narices de mocos, y dejárselas como nuevas. Eso sí, todas las napias escocidas por el pitorro de plástico tras lo cual hay que darles con delicadeza una crema especial para las narices con mocos; pero ese trabajo, que es más de ingeniería fina, lo hacen las madres, que entienden más de cremas.
Es peligroso asunto el de las cremas para bebes pues son muchas y variadas, pues los hombres podemos equivocarnos y ponerle al bebe crema de las almorranas en las narices y no es el caso.