Ayer el
programa Salvados de la cadena La Sexta fue vito por casi 2.700.000 personas.
La pequeña entrevista a Álvarez Cascos o a Julio Anguita fue vista por casi 3
millones de personas. Sus palabras, sus diagnósticos, sus ideas, fueron
escuchadas por tanta gente como la que puede asistir a 100 grandes mítines
políticos de las grandes ciudades o a más de 500 mítines políticos de tamaño
grande. O incluso a más de 2.000 mítines de los que se realizan en ciudades de
tamaño intermedio en donde van los primeros espadas a explicar su programa.
Nunca Julio
Anguita o Álvarez Cascos (casi en el caso de Julio) han logrado reunir tantas
personas a su vera para escuchar sus palabras en un acto con calma, en una
entrevista incisa pero concreta, en donde los silencios decían tanto como las
palabras.
¿Es esto
comunicación efectiva? ¿es comunicación política? ¿Para qué queremos movilizar
a 90.000 manifestantes en lo que mal consideramos un gran acierto de movilización,
si se puede comunicar mejor con mucho menos esfuerzo y llegando a muchas más
personas?
¿Cuántos
escucharon las palabras de los líderes sindicales el sábado en Madrid? Yo y tú
sí sabemos cuantos escucharon las palabras de Julio Anguita, más contundentes
que las de Toxo, que pronunció el domingo en La Sexta. Sabemos qué importancia
tuvieron los silencios de Cascos, que nunca hubiéramos detectado en un mitin
público. Incluso hemos tenido la ocasión de ver opiniones encontradas ante
diversos asuntos que SI nos conciernen.
Pero no todo
es maravilloso en esta realidad comunicacional inevitable. Y tal vez por ella,
otra vez la izquierda, se frena en asumir que es inevitable y además la mejor
manera de comunicar. Hay que cambiar los marcos del reparo, del temor a la
manipulación.
Para que esto
se pudiera realizar ha tenido que surgir una decisión personal de alguien ajeno
a la lucha política. Un director, unos guionistas, un presentador con carisma.
Es decir, personas ajenas a la política (casi, lo sé, pues nadie está ajeno a
la política aunque crea que sí) y por ello personas de más complicada
manipulación que la necesaria para crear unos mítines políticos cerrados. De admitir
este sistema como el único o el mejor con gran diferencia, tenemos que admitir
que deben cambiar los sistemas de interacción, pues serán otros, personas en
apariencia libre, los que crean la información y la pedagogía política hacia la
sociedad. Pero es que los ciudadanos también han huido ya de la política caduca
y hay que buscar mejores maneras de comunicar, pues ellos siguen deseando
saber, pero simplemente no se creen los canales actuales.
En esos teóricos
100 grandes mítines en ciudades grandes de los que hablábamos al principio
¿cuántos acudirían sin ser ya antes de entrar unos convencidos totales, a los
que todo lo que se pueda decir allí mismo no sirve para nada? Si admitimos que
los mítines se hacen para los medios de comunicación, demos la vuelta, en vez
de esos segundos de los telediarios, creemos las bases para que existan más “Salvados”
que sean capaces de aglutinar en una mesa común a casi 3 millones de personas.
Perder estos medios de comunicación ha sido un gran error. Durarán mientras la
derecha lo admita o mientras tengan poca audiencia. Si aumentan esos 3 millones
de espectadores todos los domingos, pronto romperán el programa por algún lugar
hoy inentendible. Es así de manipulable y si no, al tiempo.