En llegando a cierta (o incierta) edad, se empieza a ver por los lugares que frecuentamos, la gente que son más jóvenes que nosotros. Son todos más jóvenes, ¿qué ha sucedido?
Durante décadas hemos vivido rodeados de personas mayores, de gentes que nos superaba en edad y lo notábamos. Éramos el futuro. Pero llega un día en que miras a tu alrededor y solo ves a jóvenes, a persona asquerosamente más jóvenes que tú.
No es que fastidie, simplemente duele si te pilla con el paso cambiado. Piensas en un primer momento que es casualidad, que bueno, sucede en este lugar y no en otro…, bueno si, en el trabajo también; y entre los vecinos, y…, mejor no pensar.
Te empiezas a dar cuenta que eres el pasado, que ya no serás nunca el futuro, que si, que todavía puedes aportar muchas cosas pero que los que te rodean también y además por más tiempo. Los ves más lozanos, más jóvenes, con otro brillo, más altos y delgados, más guapos. Observas que algún día te dejan el asiento del autobús aunque enseguida te niegas a tomar la gracia —maldita gracia— de ocupar un asiento que no te pertenece. Luego observas que no siempre es así, que en la consulta del médico todavía eres de los más jóvenes, que en los parques o mirando las obras de tu barrio son muchos los que te superan. Y si te pones a pensar lo estropeas todo.
Hay que asumir que todos crecemos para luego menguar. Que vamos tomando años como el que se toma unas cervezas, para engordar la barriga y acumular sabores. Es ley de vida y hay que asumirla con gracias y calma. Por que además no tenemos otra, hay que aceptar desde el positivismos que nos queda mucho por entregar, mucho por pelear y también por disfrutar. Así que prohibido ponerse bobos.