La depresión es una situación personal que desde hace miles de años se emplea por los humanos para sobrevivir.
Pensamos que es una enfermedad negativa, y lo es cuando nos inutiliza personalmente, pero es también un mecanismo de defensa para poder sobrevivir cuando las situaciones que nos rodean son negativas.
Ya los hombres prehistóricos caían en una hibernación o depresión física cuando los fríos obligaban a tener que esconderse dentro de las cuevas, sin poder cazar y por ello sin poder comer lo que se comía en otros periodos.
Ante los problemas podemos optar por varios mecanismos.
Lucha. Que es un producto de la ira, con el intento de defendernos.
Huida. Que es producto del miedo, con el intento de escapar del problema.
Depresión. Que es producto de la adaptación sin luchar ni huir.
En cada momento vital, a la largo de nuestra vida, solemos actuar de diferente manera. A veces huimos, otras luchamos con fuerza y otras simplemente nos rendimos sin movernos, intentando en un principio adaptarnos a la nueva situación.
Cuando la depresión es el resultado de una derrota, se acompaña de una tristeza vital muy importante, no tiene efectos cortos y se asienta sobre nosotros sin dejarnos reaccionar, estamos ante un problema que hay que resolver con ayuda.
Las mujeres tiene el doble de depresión que los hombres. Entre los jóvenes aumenta el número de depresiones. En general se sabe que está creciendo el número de depresiones graves y sobre todo el tratamiento químico de un gran número de pequeñas depresiones que sin tratamiento se convertirían en depresiones graves.
Muchos de nosotros tendremos procesos depresivos que en un tiempos se vencen y (casi) se curan. Lo grave son los procesos crónicos, la tristeza constante, el miedo a levantar el día, el no dormir suficiente, la sensación de que estorbamos.
Crece la ira, el miedo, la sensación de impotencia ante los problemas, la apatía ente todo, la incapacidad para resolver situaciones sencillas, incluso la sensación de que lo mejor es NO estar. Ante estas situaciones solo cabe la ayuda de profesionales médicos, a través de la Seguridad Social. Asumir que la enfermedad nos ha vencido y que debemos tratarla con ayuda exterior.