Nada es seguro. No lo es el trabajo, menos la salud, nuestra situación económica, nuestras relaciones personales. No son seguras ni nuestras ideologías, ni nuestra cultura o forma de pensar o nuestra formación.
Todo puede cambiar en el trascurso de nuestra vida, bien por que nosotros mismos decidimos cambiar, bien por estar presionados por nuestro entorno y nuestras decisiones, bien por motivos que no podemos controlar y dirigir o incluso por crecimiento y cambio constante al que no sabemos o queremos sumarnos para adaptarnos.
Es importante que asumamos esta realidad, que nada es seguro, menos que nada es eterno, y que tendremos que adaptarnos a los cambios en algún momento. Incluso es muy posible que nos tengamos que adaptar varias veces durante nuestra vida a grandes cambios, además de los lógicos por nuestro crecimiento vital.
Hay que ser flexible, asumir que tendremos cambios y prepararnos para ello desde ahora mismo. No será tan duro si antes tenemos mentalmente preparado al menos levemente un “Plan B”. Es casi imposible tener organizado todo un gran catálogo de “Planes B” para todas la inmensas posibilidades que nos ofrece la vida. Pero si al menos para las más importantes.
Hemos firmado hipotecas de 35 años sin pensar más que en aquel presente, que se convierte en pasado enseguida. No crecemos en nuestros puestos de trabajo pensando que aquellos durará toda la vida. No mimamos nuestras relaciones personalespensando que como un día nos quisimos, nos querremos por siempre. No cuidamos la salud, ahora que la tenemos, pensando que esto será así durante tantos años que no merece la pena pensar hoy. Son nuestras decisiones, pero eso si, luego queda muy mal quejarnos. Y muchas veces cuando lo hacemos ya no hay remedio.
Nada es para la eternidad, tú tampoco.