Una amiga tuvo que acudir al psiquiatra tras pasar por el psicólogo pues los problemas personales, el desempleo del marido, los problemas en su trabajo, le estaban afectando negativamente. Los diálogos son casi ciertos.
—Doctor, tengo un grave problema, no duermo; bueno, sí duermo… pero muy mal. En cuanto me quedo dormida un montón de pequeños enanos empiezan a andar por dentro de mi cabeza, a hablar entre ellos, a pelearse, a tener una actividad muy molesta para mi, que sin despertarme me ponen en un duermevela que no me deja descansar.
El psiquiatra después de hablarle un poco de los bichos imaginarios, le recetó unas pastillas. Y le explicó —durante mucho más tiempo del que dedicó a hablarle de los enanos— cuales eran los efectos secundarios de las pastillas.
—¿Y hoy como te encuentras— le he preguntado yo.
—Casi igual— me ha respondido con una sonrisa, pues era de día —los enanos ya casi no están, ahora aparecen como un montón de pequeñas formas pequeñas de plastilina, sin forma, pero hacen el mismo ruido que antes. Ya no son enanos, pero siguen sin dejarme dormir. Creo que tendré que ir al psiquiatra a cambiar las pastillas.
Sin duda todos sabemos que a los enanos mentales, ficticios, esos que pueden o no pueden aparecer en sueños, no los debemos matar a cañonazos de química. Pero muchas veces nos decantamos por eso, para transformarlos en masas informes que siguen molestando.
Yo le he dicho que debe cambiar de psiquiatra y tal vez volver al psicólogo.