Los economistas —estos tipos raros donde los haya– en el desarrollo de la teoría del consumidor, deben suponer el comportamiento racional del hombre de maneras concretas y, si puede ser, matematizables.
El primero de los elementos a construir es la función de utilidad, que proporciona la estructura de las preferencias de los individuos sobre los bienes que puede consumir.
Ahora bien, esta utilidad incluye ciertos supuestos básicos para describir las propiedades de estas preferencias. Esto es, que sean completas, consistentes (¿y el teorema de incompletitud de Gödel?), continuas e insaciables.
Hoy quiero centrarme en este último.
Hoy quiero centrarme en este último.
¿Qué es el axioma de insaciabilidad?
Básicamente que el individuo no se puede “saciar”, esto es, que siempre va a preferir tener más que menos. Entre dos naranjas o una, prefiere dos. Entre quince pisos o uno, prefiere quince. Hablamos de preferir no de obtener efectivamente, ya que cada producto lleva asociado un coste y nuestra renta es limitada.
Es un supuesto relativamente lógico. Pero excluye otros dos: la saciabilidad y la utilidad marginal negativa.
Por ejemplo, comamos hamburguesas. Hay dos razones por las cuales no te comerías diez hamburguesas de golpe.
La primera, la saciabilidad, el hecho de que, probablemente, cuando te hayas comido cinco tu estómago esté físicamente lleno.
La segunda, la utilidad marginal negativa, es cuando introduces en tu análisis racional el hecho de que comer hamburguesas engorda, y que, por tanto, genera una desutilidad, (produce una disminución de tu bienestar). Si estás a dieta probablemente no quieras comerte ninguna aunque te las dieran gratis.
Esa es la razón por la que podemos rechazar la propaganda que nos dan por la calle y seguir siendo racionales (aunque sea papel gratis) ya que lo vemos como basura, y, por tanto, genera desutilidad.
O la razón de rechazar una cerveza gratis, si incluyes la desutilidad de la resaca futura asociada al consumo presente.
Ante el supuesto de insaciabilidad, nos convertimos en máquinas de desear, incapaces de dejar de optimizar nuestra utilidad bajo la base del aumento del deseo (esto es, la necesidad de preferir más a menos). Un infinito por llenar y una vida limitada para intentarlo, irremediablemente moriríamos en el intento de saciar a un economista denominado en estos términos.
En cierta forma, el supuesto de insaciabilidad imposibilita al hombre el llegar a lo que algunos filósofos denominaban “la buena vida”. Algo así como el estado estacionario del hombre en el plano económico, un punto en el que no es que no pueda mejorar, sino que no lo desea. Quizás siempre podamos aumentar nuestra felicidad, pero puede llegar un punto en el que sea imposible disminuir nuestra infelicidad. Y ¿cómo se relacionan estos términos? ¿Es el genio de la lámpara de Aladdin plenamente feliz cuando lo liberan de la lámpara?
Padre e hijo (Robert y Edward) Skidelsky se hicieron una pregunta parecida:
¿Cúanto es suficiente?
Es una pregunta que no tiene sentido bajo el axioma de insaciabilidad, puesto que, por definición, nada es suficiente. Y nada es suficiente porque no hay nada que alcanzar. Ya puede dar vueltas al mundo el burro que lo va a tener jodido para alcanzar la zanahoria.
¿Es acaso el deseo una mera zanahoria para los hombres? ¿Es imposible que deseemos, simplemente, dejar de “andar” como burros y disfrutemos del pienso que nos da la vida”?
La pregunta va más allá. Y como lo primero en filosofía, antes de buscar la respuesta, es analizar muy bien la pregunta, conocer bien qué es el deseo y su relación con las necesidades humanas es obligatorio ¿necesitamos desear para poder ser humanos?
Para un tour de forcé por todas estas cosas, el libro ¿Cuánto es suficiente? Es magnifico. Pinceladas de Fausto y Marx se entrecruzan con las visiones de Aristóteles, y las preguntas vertidas no dejan de hacerte pensar sobre la propia condición humana, tal y como he intentado, a mi manera, hacer aquí.
Por que si todo es relativo y es cierto que es más rico, no quien más tiene, sino quien menos necesita. ¿No sería mejor desear no necesitar? Si nos topamos con el genio de la lampara, ¿No sería lo mejor desear no desear?
Sea como fuere, espero haberos causado el deseo de, como mínimo, mirar la contraportada del libro en vuestra librería más cercana.
PD: En el (muy recomendable) blog Economía en dos tardes tenéis una entrevista a Robert Skidelsky sobre el tema.
Miguel Puente
Miguel Puente