El gran actor
José Sancho ha fallecido sin poder entender, como todos nosotros cuando nos empeñamos en creer que esto dura eternamente, que cabrearse
no tiene sentido en una vida que no es eterna. Defendió su privacidad con ahínco
contra los periodistas que intentaban pisar sus caminos y se cabreaba sin denuedo para nada, pues la
vida está escrita con otro tipo de renglones.
Qué más da
cabrearse, lo lógico sería haberse reído. Pero nos damos cuenta tarde. Sus
trabajos sí nos quedan, sus bellas o duras actuaciones quedarán como ejemplo de
un gran profesional. Es lo que nos importa, lo que le debería haber importado
siempre. Lo de menos son las apariencias. José Sancho quedará como un actor de
facciones duras pero con un fondo bueno, interesante, complejo, engañador,
embaucador incluso. Un gran profesional de su trabajo, que es lo único que
importa al fin.