Poco a poco
nos vamos enterando que la deuda pública es nuestra. Del “yo”, del “mi”. Es decir, durante décadas nos hemos creído que
la deuda pública era de “otros”, es decir que nosotros no la debíamos ni la
teníamos que pagar. Un asunto menor que no nos importaba un pito. Pero la
crisis está consiguiendo que aprendamos algunos conceptos básicos. Soy yo quien
debe.
De ser cierto
que España debe un billón de euros de los de verdad, no de los americanos,
salimos a unos 20.000 euros por español. Y ahora que ya sabemos que hay que
pagarlos, cuanto antes mejor. Yo ya me he puesto en la fila. No los tengo,
efectivamente, pero los voy a pedir prestados para pagarlos.
Algo me
falla, lo sé. Si pido prestado para pagar una deuda, creo que sigo debiendo lo
mismo.
Así que voy a
intentar otro camino. Debo exigir que el dinero público, el de todos, el mío,
se emplee mejor y no se distraiga. Ahora me he dado cuenta que todo el dinero
que han robado los jetas delincuentes de traje, en realidad me lo han robado a
mi. Es decir, soy la víctima que ahora tiene que pagar la deuda. Me roban, se
compran abrigos de lana oveja virgen, pero mientras sonríen me dejan la deuda a
mi.
Si voy por la
calle y me aparece un cuatrero con navaja y me pide la cartera con 40 euros, yo
se la doy. Pero luego voy a comisaría a denunciar. Si un tipo con cara borde
pero abrigo color diarrea me roba sin dirigirme la palabra, lo veo como una
cosa alejada. Está claro que soy imbécil.