Mientras Esperanza Aguirre con toda su buena fe —que es la que es— nos dice que cuando los jóvenes se van hasta Europa a trabajar crean un factor positivo para nuestra economía, otros insistimos hasta donde no sabemos más, que los jóvenes desempleados en España —dice la EPA que en un número superior al 57%— es un drama que pagaremos caro. Si es cierto.
Para estar desempleado no basta con NO tener empleo, hay que desearlo y buscarlo activamente. Los jóvenes entre 16 y 24 años que buscan activamente empleo no son el 57% de los jóvenes de esta edad. Hay que restar los jóvenes que todavía están estudiando a esa edad y que NO son considerados activos por la EPA pero tampoco son parados y hay que descontar el número de jóvenes que NO estudian pero que tampoco buscan trabajo.
Aun así la cifra es tremenda y vergonzosa para un país moderno. Creo que está más cercana la cifra sobre un 32% de la población entre 16 y 24 años que SI busca trabajo. Es decir —según mis cálculos— uno de cada tres jóvenes que SI buscan empleo no lo encuentran ni saben cuando lo encontrarán. Les hemos cortado el futuro y sus necesidades vitales de crecer.
El número de jóvenes que se van de España no es alto. Todavía. Pero lo malo es que son personas de gran calidad humana y formativa. Solo se van los mejores, los más preparados, los más emprendedores, los más osados, los que no tienen miedo al cambio. En Europa no se quedan los parados españoles, no se quedan los tímidos, los que no quieren aprender, los que no tienen empatía con las personas de su entorno, los que no saben trabajar en equipo. Y esto es lo grave. Los que se van son los mejores.
Por cada 1.000 euros de sueldo que les paguen en otros países, crean una riqueza muy superior que se reparten entre sus puestos de trabajo, impuestos, consumos, etc. Lógico. Por eso las palabras de la Esperanza no las entiendo y mucho menos, creo, si intentará explicarlas ella misma.
La riqueza de los países y de sus sociedades se miden con varios parámetros que no son muchos. Uno de los más importantes es el número de habitantes, su calidad humana y productiva, su capacidad para generar riqueza.Si a un país le restamos habitantes y además elegimos que sean los mejores y más jóvenes, estamos empobreciendo al país. Un país más vacío, sin jóvenes suficientes, sin formación profesional a la altura de sus vecinos, está condenado al empobrecimiento. Esto es elemental, mi querida Esperanza.