Hemos convertido la vida en algo tan curioso que somos incapaces de disfrutar de un segundo, de un minuto, incluso muchas veces de una hora.
Todo se tasa por meses, por años. Tenemos que cumplir objetivos, plantearnos metas, alcanzar felicidades complejas. Pero no disfrutamos de respirar un aire fresco, de mirar al cielo, de ver a un pájaro hacer un giro rápido.
Plantearnos los objetivos por meses es condenarnos a que cada años solo podremos alcanzar (o no) la felicidad doce veces al año. ¿Cuántos años nos quedan? ¿cuántos son válidos?
Debemos olvidarnos cada vez más de lo urgente y valorar más lo importante.
Comer lento, por poner un ejemplo, sirve para degustar más aquello que nos gusta. Si un plato excelente, una bebida o un beso, lo tomamos con bocados pequeños y lo degustamos lentamente, nos durará el doble por el mismo esfuerzo u oportunidad.
La calidad de vida nada tiene que ver con la cantidad y ni mucho menos con la rapidez. Todos queremos tener calidad pero la queremos consumir en segundos. ¿Por qué solo en segundos? Buscamos el final de las cosas, para estar en disposición de irnos a buscar otra felicidad. Pero sabiendo que es complejo obtener felicidad ¿por qué deseamos acabarla para salir en busca de otra?