No hay duda de que Javier Solana es una autoridad moral
sobre política internacional, que conoce muy bien desde el primer plano de la
negociación. Podría callarse, podría no opinar o hacerlo desde diversas
ópticas. Ha publicado en El País este artículo titulado “Tarde y mal” el
miércoles 28 de agosto, sobre el creciente conflicto en Siria. Atrás se nos
queda Egipto, tapado por la previsible mayor masacre en Siria. El Mediterráneo
está muy caliente. Leamos a Javier Solana.
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Tarde y mal se quiere dar una sensación de liderazgo, del
que se carece. Y no está claro que las posibles acciones que se barajan no
vayan a convertir un problema ya de por sí largo y dramático en otro aún más
difícil de resolver.
1. Lo que se prepara nada tiene que ver con una acción de
carácter humanitario. Eso podría haber tenido lugar hace ya meses, pero después de los 100.000 muertos, 1,9
millones de refugiados y más de cuatro millones de desplazados sobre
una población de 22 millones, hablar de acción humanitaria sería, cuando menos,
un abuso de lenguaje. Se prepara una acción que solo podría entenderse como
respuesta a la ruptura de la Convención
Internacional sobre las Armas Químicas (que entró en vigor en 1997).
La última vez que se utilizaron en una guerra entre Estados fue entre Irak e
Irán, al final de la Guerra Fría, por parte de Sadam Husein con el conocimiento
de los Estados Unidos, como hemos confirmado recientemente gracias a unos
documentos desclasificados y revelados por la revista Foreign
Policy. Y posteriormente, en 1988, por Sadam también
contra los kurdos. No es de extrañar que Irán haya condenado su uso
en Siria habiéndolas sufrido. Una violación del Tratado en el siglo XXI no
puede pasar sin sanción, pero lo importante es definir la sanción.
2. Se da la circunstancia de que hay sobre el
terreno expertos de la ONU para investigar acusaciones anteriores y
que están realizando las propias en el caso que nos ocupa. Un
posicionamiento claro y convincente de los observadores sería
imprescindible, máxime siendo probables diferencias importantes en el seno del
Consejo de Seguridad para algunas formas de acción punitiva. Sería difícil de
aceptar una acción no legitimada por el Consejo de Seguridad, sin escuchar a
quienes el propio Consejo envió a realizar el trabajo.
3. El caso de
Kosovo —junto al de
Libia— suele salir a relucir como precedente para una operación en
Siria. En el primero —Kosovo— algunas
similitudes colaterales pueden esgrimirse. También había desplegados
en la provincia de Kosovo observadores —en este caso de la OSCE— que fueron
testigos de matanzas por parte de las fuerzas militares y de seguridad serbias
y que hicieron saltar las alarmas de una situación que ya se anunciaba difícil.
Poco más. Ni Serbia es Siria, ni Putin es Yeltsin, ni la UE era la de hoy, ni
el mundo de los años noventa —de hegemonía occidental— es el mismo de hoy.
El esfuerzo negociador fue extenuante —Negociaciones de
Rambouillet— aunque, desgraciadamente, no fue posible el acuerdo. Presidía la
UE ese semestre crucial la Alemania del canciller Gerhard Schröder. Se habló
con Slobodan Milosevic a la desesperada, haciéndole ver las consecuencias que
podrían derivarse de sus actos. Todo fue inútil. Se actuó sin acuerdo ruso pero
con el apoyo del Consejo Atlantico y de la UE. Al final de la intervención,
negociada entre un europeo, el político
finlandés Martti Ahitsaari y un ruso, el antiguo primer ministro
Víktor Chernomirdin, Kosovo se
convirtió en un protectorado de la ONU y entre las fuerzas
desplegadas para garantizar el acuerdo se encontraban también efectivos rusos,
una situación difícilmente imaginable en los tiempos que corren.
Una lección que quisiera apuntar sobre la intervención de
Kosovo que puede ser útil para hoy: una intervención puntual destinada a hacer
bajar la cabeza a un agresor se imagina rápida, pero la experiencia muestra que
puede no serlo y hay que estar preparado para ello.
4. Libia se ha esgrimido como otro posible precedente. No hay razón
para comparar cualquier acción en Siria con la llevada a
cabo en Libia, ni en el fondo, ni en el procedimiento. Gadafi había
recuperado su lugar entre los miembros de la comunidad internacional tras
probarse que tanto su incipiente programa nuclear como su arsenal de armas
químicas habían sido destruidos. No había, pues, caso para sospechar la
utilización de armas químicas. Se apeló al concepto de responsabilidad de
proteger, aprobado por las Naciones Unidas en la última reforma de su Carta en
septiembre 2005. La resolución
que lo autorizó fue una de las más consensuadas de los últimos tiempos.
No solo tuvo la aprobación del Consejo de Seguridad, con tres abstenciones
—Rusia, China y Alemania—, sino que obtuvo, sorprendentemente, el apoyo unánime
de la Liga Árabe, poco propicia al uso del concepto de responsabilidad de
proteger.
No obstante, se pueden sacar algunas lecciones de la
implementación de lo aprobado por el Consejo de Seguridad. Algunos países
—Rusia y China fundamentalmente— consideraron que hubo extralimitación en la
forma en que se aplicó en el caso de Libia, llegando hasta el “cambio de
régimen”, la gran
preocupación de Rusia y China. Esa percepción es responsable, en
parte, de la utilización del veto por esos dos países en el caso de Siria.
Sea cual sea la decisión que al final se tome, si se quiere
mantener alguna posibilidad de consenso ulterior buen cuidado habría que tener
para que no ocurriera lo mismo. Por tanto, el objetivo debe ser claro, sin
riesgo de interpretaciones arbitrarias que hicieran de lo que se pensaba
solución, el gran problema.
Javier Solana era secretario general de la OTAN en 1999,
cuando se produjo la intervención en Kosovo. Es distinguido senior fellow del
Instituto Brookings y presidente del Centro de Economía y Geopolítica Global de
ESADE