La tasa de riesgo de pobreza en España es de una media del
21,8% pero está repartido muy desigualmente entre territorios. Mientras en
Navarra es del 8,8% en Canarias llega al 33,8% y en Extremadura, Andalucía y
Castilla La Mancha casi llega al 32%.
Estas desigualdades han existido siempre y siempre también
hemos sido incapaces de resolverlas, de minimizarlas. Más acentuadas en tiempos
de crisis como el actual.
Una de las opciones para hacerlo es plantearse la opción de
la Renta Básica. Bicha para muchos economistas pero que en futuros tiempos
tendrá su aceptación como es lógico.
Los detractores de la Renta Básica se basan en dos conceptos
ya medianamente falsos.
Uno: que es imposible soportarla en un país actual. Sin duda
sin modificar los sistemas impositivos hoy es imposible y los estudios más
avanzados en España indican que en la actualidad solo es posible ponerla en
prácticas con índices de riesgo de pobreza inferiores al 12%. En estos momentos
solo País Vasco, Navarra y Asturias estarían en esos números.
Dos: que primarían a los vagos, al abandono del trabajo, al
vivir sin hacer nada. Este miedo es totalmente infundado pues las Rentas
Básicas se dan a todos por igual, luego se suman a los sueldos laborales que se
cobran. Es un concepto retributivo y distributivo totalmente distinto al
actual. Además aquellos trabajos que nadie deseara realizar tendrían una
retribución mucho más alta que la actual por la simple ley de oferta y demanda.
Por poner un ejemplo sencillo. Una forma (hay varias) puede
plantear la entrega mensual de una Renta Básica de 400 euros mensuales a todos
los ciudadanos mayores de edad simplemente por haber nacido. A los menores de
edad y a los jubilados 200 euros mensuales, sumados a las respectivas rentas de
trabajo o pensión que recibieran.
¿Les parece un chollo totalmente imposible?, bueno, no
tanto. Hay fórmulas que logran equilibrar esta posibilidad y su progresividad
ser controlada con los impuestos. Es simplemente otra forma de entender el
papel del Estado y de los impuestos. Por cierto, como cada vez el trabajo tiene
menos valor y se paga menos sueldo por él, sería una manera de poner en valor el trabajo y
diferenciar claramente a quien trabaja y a quien no.
Hoy se pagan muchos más impuestos por el trabajo que por los
beneficios de capital o de inversiones. Algo ilógico cuando el trabajo es como
poco tan necesario como la inversión o el préstamo de los capitales que se
poseen. Sin capital no hay trabajo. Pero sin trabajo no hay capital, ni
servicios, ni alimentación, ni sanidad, ni policías, ni justicia, ni país que
puede funcionar.