El trágico
accidente de Santiago de Compostela denota una profesionalidad y unos
comportamientos personales cercanos a la chufla. Demuestra unas instalaciones que
dicen de Alta calidad pero que resultan de Baja estopa con unos sistemas de
control que o no se utilizan o dejan de ponerse según nos viene en gana pero no
según la peligrosidad o complejidad del lugar.
Los dos
máximos responsables del tren, el maquinista y el interventor, hablaban por
teléfono mientras se entraba en la curva que todos califican de complicada, mientras
salían de un sistema de seguridad a otro, mientras dejaban las vías del AVE a
las convencionales. Y para hablar de una ilegalidad (cambiar de vías de entrada para que bajaran unos viajeros) están dos minutos largos
incluidos la revisión de unos papeles según se escucha en las cajas negras.
Denotan, de
ser verdad lo que hasta ahora se dice, que un maquinista puede elegir la vía de
entrada y no es el Factor de Circulación quien decide pues es quien manda en cada estación. Es
decir, entre ellos se lo guisaban y entre todos se lo comían.
Estos usos
son impensables en otros países europeos, pero por simple filosofía de vida, de
respeto a las normas. Quien haya trabajado en o con Alemanes por poner un
ejemplo manido sabe que incluso no emplean la lógica para saltarse un norma
simple. Si en una sala de reuniones solo hay 6 sillas, solo pueden entrar a una
reunión seis personas como máximo. Punto.
Pero nosotros
a 200 km por hora atendemos teléfonos conduciendo un tren cuanto está prohibido
si no es en situaciones extremas, llevando a 300 personas detrás. Hace 35 años
puedo dar fe que los sistemas de seguridad en Renfe eran enormes. Pero también
que los conductores se los saltaban. ¿Cuántas maderas o piedras había en las
cabinas para poner encima del pedal del “hombre muerto”?