Todos queremos en nuestras empresas ser los mejores. O lo que es igual, deseamos que nuestra empresa sea la mejor. Pero es posible que en el intento caigamos en errores fáciles, escondidos entre el día a día, amparándose en las prisas y en las gestiones rutinarias. Veamos algunos ejemplos.
Innovar es cambiar, es probar, es buscar soluciones diferentes. Hay que buscar nuevas ideas, actualizar las formas de trabajo, adaptarlas a los nuevos tiempos que nos marcan los clientes, el mercado, la situación nueva.
En estos tiempos todos intentamos no perder. Es básico, pero también es un riesgo. Tratar de no perder supone muchas veces lograr no ganar. Y una empresa si no gana en realidad está perdiendo.
Hay que conocer mejor a los clientes, son los que no hacen funcionar, los que nos pagan el sueldo, los que nos ayudan a invertir, los que dan sentido a las empresas. Sin clientes no tiene sentido ninguna empresa.
Efectivamente, hay muchos tipos de clientes, incluso muchas maneras de entender qué es un cliente, quien es cliente de quien. Hay que replantearse el concepto de cliente hasta adaptarlo a su máxima expresión.
En toda empresa deben ser “todos” los que estén pensando en cambiar y mejorar. Podemos tener un equipo que lidere los cambios, la innovación, pero debe contar con todo el equipo para conocer necesidades y posibilidades.
Tus clientes se mueven, tu competencia se mueve. ¿No sería más lógico que tú fueras por delante?
No hay que esperar a que la propia empresa te solicite el cambio con urgencia, es un gran error pensar que como todo funciona nada debe cambiarse. La obligación es estar siempre buscando mejoras, plantear estrategias empresariales nuevas que necesiten de cambios, moverse pues los mercados siempre se mueven. Incluso cuando parecen que no se están moviendo.