Estamos a menos de un año de las Elecciones al Parlamento Europeo. Debemos decidir y saber hacerlo. Sabemos que el Parlamento Europeo tiene un poder relativo, pero depende de él mismo que sea mayor o menor. Daniel Cohn-Bendit y Felix
Marquardt en El País nos han dejado esté artículo con algunos apuntes sobre la situación actual. Su título: Jóvenes europeos… ¡Uníos!
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En las elecciones europeas del próximo año, tenemos que
desenmascarar el secreto mejor guardado por nuestros políticos nacionales: que
lo que consideran como sustancial y finalidad de la gobernanza moderna, la
nación-Estado, se está transformando en una estructura política obsoleta.
Esto es especialmente cierto en los países europeos. Europa
ha estado en crisis permanente durante los últimos años. Una nueva generación
está creciendo con un nivel de vida más bajo que el de sus padres, y la
juventud europea se enfrenta a una elección: integrarse aceleradamente o ir a
una deriva proSe necesitan métodos políticos innovadores y dejar atrás el
Estado-nación longada hacia la insignificancia.
El plan más ambicioso para enfrentarse a esta perspectiva
tan peligrosa consiste en hacer que se vote en las elecciones europeas en una
misma fecha en toda la Unión, y para que la elección de la Comisión Europea sea
por votación popular. Lo que más necesita Europa es un Big Bang.
Ha llegado el momento de que las raíces de un movimiento
transnacional, transgeneracional y no ideológico lleve la integración europea
al siguiente nivel. Necesitamos agrupar las técnicas que se elaboraron en
Tahrir, Taksim, Río y São Paulo y las lecciones de las campañas de Obama sobre
financiación colectiva. Antes de constituir un partido, tenemos que buscar
historias de éxito europeas para determinar lo que nuestra plataforma podría
ser.
Dejemos que los finlandeses nos enseñen sobre educación, los
franceses sobre sanidad, los alemanes sobre empleo flexible, los suecos sobre
igualdad de género.
Por ahora, los países europeos siguen sintiéndose cómodos
con sus antiguos símbolos del Viejo Mundo. Impulsamos historias enriquecedoras
y bonitos monumentos, seguimos siendo envidiados por nuestra cultura, nuestra
moda y nuestra gastronomía —que siguen, todas ellas, atrayendo cantidades
crecientes de turistas procedentes de todo el mundo—.
Pero los símbolos de estatus del Viejo Mundo y los turistas
no van a salvar a Europa. Pueden salvar a París, Berlín, Roma y Londres, y
salvarán al Valle del Loira, a Baviera, a la Toscana y al Oxfordshire. En el
resto de Europa, sin embargo, lejos de esas capitales y de esos paisajes
históricos, la situación seguirá siendo crecientemente nefasta. El desempleo
crónico, un crecimiento deprimido y la población que envejece rápidamente van a
ser sus únicos atractivos.
No es que nuestros Gobiernos y parlamentarios tengan mala
voluntad o no estén capacitados para este desafío. Es que, simplemente, no
están conectados para poder comprender la realidad básica de la política
actual. Resulta ingenuo creer que los líderes políticos nacionales
tradicionales, elegidos para legislaturas de cuatro o cinco años por los
ciudadanos de un determinado territorio soberano vayan a solucionar
satisfactoriamente temas como la escasez de recursos, la deforestación, el
desempleo crónico, el calentamiento global o el agotamiento de la pesca, que
son temas intrínsecamente globales y cuya resolución necesitará inevitablemente
décadas.
Las soluciones para esos problemas actuales tienen que ser
transnacionales, o no serán nunca soluciones reales.
Continuemos echando raíces por todos los medios para
nuestros equipos nacionales de fútbol y de rugby, pero no sigamos dejándonos
engañar por nuestros líderes nacionales con su delirio de grandeza de que en
política la nación-Estado sigue siendo el vehículo apropiado para nuestros
tiempos.
En su lugar debemos dar la bienvenida a lo que muchos de
nosotros sentimos: que estamos en el amanecer de una era posnacional en la que
los europeos pasaremos de ser los rezagados a ser los líderes.
Si no lo hacemos, Europa corre el riesgo de caer en la
ridiculez de Estados Unidos: un lugar con los mejores hospitales, y millones de
personas sin un seguro médico adecuado, con tecnologías de las más avanzadas
del mundo, pero con muchas personas que no pueden acceder a las mismas, con
universidades de primer nivel mundial, pero con generaciones frenadas por la
falta de visión mundial de su país.
Tenemos que ser conscientes de lo que ya se ha dado cuenta
el resto del mundo: que existe la posibilidad de ser europeo a nivel global.
Irónicamente, somos los últimos que todavía seguimos dudando de nuestro
proyecto político. Nos quejamos de que Europa es solamente una abstracción para
sus ciudadanos, pero todavía no hemos desarrollado las leyes para crear un
pasaporte europeo que se merezca ese nombre, ni el marco que sirva para que
todos los europeos hagan suyo el proyecto de la UE.
Un viejo proverbio judío dice: “Cuando te enfrentes a dos
alternativas elige la tercera”. No se trata de sustituir la gerontocracia de
Europa por una dictadura de los jóvenes. Es un movimiento que deben llevar
adelante todos aquellos, que independientemente de su edad, están de acuerdo en
que debe producirse un importante desplazamiento intergeneracional del poder.
Necesitamos que los jóvenes y los menos jóvenes trabajen juntos, de una manera
nueva, para reducir la deuda que estamos acumulando y que se va a dejar para que
la paguen nuestros hijos.
Los europeos más jóvenes han nacido en la austeridad y
están, por tanto, mejor equipados en muchos aspectos que sus mayores para
empezar a reducir esa deuda. Han crecido con los recortes en los presupuestos y
son nativos digitales. A diferencia de nuestros líderes actuales, están bien
adaptados hacia un camino de cambio cada vez más rápido. Su instinto es emplear
los métodos más innovadores y más eficaces en costes para alcanzar sus
objetivos.
En democracia, la política ha consistido siempre en un
equilibrio entre lo que el pueblo espera y lo que funciona realmente. Pero en
Europa, se ha tratado demasiado de lo que le gustaría a cada nación que fuera
el mundo, y demasiado poco sobre aquello que produce resultados tangibles. En
lugar de litigar sobre cuáles son las políticas preferibles, necesitamos un
esfuerzo paneuropeo para determinar las mejores prácticas europeas en cada
sector y adoptarlas en todo el continente. ¿Qué es lo que cada país sabe hacer
mejor? ¿Qué modelos de éxito son imitables a escala? ¿Cómo se pueden potenciar
la combinación de experiencia, recursos y soluciones probadas de todas las
naciones europeas?
Las elecciones europeas de 2014 no van a cambiar Europa.
Europa únicamente va a cambiar cuando unos candidatos políticos con mentalidad
europea en las elecciones para los Gobiernos de sus países estén de acuerdo en
delegar el poder a unas instituciones verdaderamente europeas.
Debemos hacer saber a nuestros políticos nacionales que ya
no nos creemos sus engaños nacionalistas, que no compartimos su temor por caer
en la insignificancia si otorgamos a las instituciones europeas, como la
Comisión y el Parlamento Europeos, el lugar y poder que se merecen.
La elección consiste entre aprovechar el poder y los ricos
recursos de toda la red europea o dejar que el camino de la globalización deje
atrás a las naciones que componen Europa.
Debemos dejar de dudar de Europa y empezar a actuar como
europeos. Y el primer paso consiste en empezar a votar, no como ciudadanos
franceses, alemanes o griegos, sino como ciudadanos europeos.
Daniel Cohn-Bendit y Felix Marquardt son cofundadores del
movimiento Europeans Now. Este artículo está basado en una columna publicada en
The New York Times y adaptada para www.EuropeansNow.eu.