"Ficción" un relato corto de Alice Monro, Premio Nobel Literatura 2013


Una cuentista canadiense, Alice Monro, casi desconocida en España y tras bastantes ocasiones en la lista de premiables, ha conseguido al fin el Premio Nobel de Literatura 2013.

Es sobre todo un premio Nobel al cuento, al relato, a la condensación del escrito, a las historias complejas y poéticas que se concentran para incidir más sobre el lector.  En esta dirección podemos leer el relato “Ficción” de Alice Munro, que en exclusiva publica clarín.com del libro “Demasiada felicidad”.   Vemos ahora el inicio del relato.

FICCION  

Lo mejor del invierno era volver a casa en el coche, después de todo el día dando clases de música en los colegios de Rough River. Ya había oscurecido, y en la parte alta del pueblo quizá estaba nevando mientras la lluvia azotaba el coche por la carretera de la costa. Joyce dejó atrás los límites del pueblo y se internó en el bosque, y aunque era un bosque de verdad, con grandes abetos de Douglas y cedros, cada cincuenta metros más o menos había una casa habitada. 

Algunas personas tenían huertos; otras, ovejas o caballos, y había empresas como la de Jon, que restauraba y hacía muebles. También ofrecían servicios que se anunciaban junto a la carretera y en especial en esa parte del mundo: cartas del tarot, masajes con hierbas, resolución de conflictos. Algunos vivían en caravanas; otros se habían construido casas, con tejado de paja y extremos de troncos, y otros, como Jon y Joyce, estaban restaurando viejas casas de labranza. Había algo especial que a Joyce le encantaba ver mientras volvía a casa y entraba en su finca. 

En esa época mucha gente, incluso algunos habitantes de las casas con techo de paja, estaban instalando lo que llamaban puertas de patio, aun cuando, como Jon y Joyce, no tenían patio. No solían ponerles cortinas, y los dos rectángulos de luz parecían ser indicio o promesa de comodidad, de seguridad y abundancia. Por qué era así, más que con las ventanas corrientes, Joyce no lo sabía. Quizá se debiera a que la mayoría no servía solamente para asomarse sino que se abrían directamente a la oscuridad del bosque y a que exhibían el refugio del hogar con tanta ingenuidad. 

Gente cocinando o viendo la televisión, de cuerpo entero; escenas que la seducían, aunque sabía que las cosas no serían tan especiales dentro. Lo que Joyce veía cuando entraba en el sendero de su casa, sin pavimentar y encharcado, era el par de puertas de aquellas que había colocado Jon enmarcando el interior resplandeciente y a medio hacer. La escalera de mano, las estanterías de la cocina sin acabar, las escaleras al descubierto, la cálida madera iluminada por la bombilla que Jon colocaba para enfocar donde quisiera, dondequiera que estuviera trabajando. 

Se pasaba el día trabajando en su cobertizo, y cuando empezaba a oscurecer dejaba libre a la aprendiza y se ponía con las obras de la casa. Al oír el coche de Joyce volvía la cabeza hacia ella un momento, a modo de saludo. (continúa aquí…)