Cuando no hay suficiente decimos que nos tenemos que convertir en austeros. Pero lo cierto es que las demandas de las personas no tienen fin y siempre aumentan. Hablamos de ser sostenibles, pero pensamos en que lo deben ser “los otros” sin percatarnos de que nosotros mismos debemos empezar por ser austeros y sostenibles. Consumimos lo que nos insisten o engañan en consumir, sin pararnos a reflexionar si de verdad lo necesitamos.
Si nos vieran nuestros abuelos —y no miro más atrás— no entenderían nuestras entradas en los Centros Comerciales. Bueno, en realidad no entenderían nuestras salidas. No entenderían nuestros hogares. Confundirían nuestras posibilidades.
Y además nunca comprenderían que no fuéramos inmensamente felices.
Tener no es sinónimo de felicidad. Si al menos lo utilizáramos aun se entendería, pero muchas veces ni eso.
¿A como nos sale el segundo de placer de tomar un caviar auténtico? ¿y el segundo de beber un champán francés? ¿cuánto nos cuesta cada hora que llevamos unos zapatos de 200 euros o un vestido de 1.500 euros? ¿Y ese segundo tomando el caviar con pepinillos pero con los zapatos de diseño, el vestido de modisto conocido más las bragas de la revista?