Los periodistas aprendieron ayer que si opinan distinto al que manda pierden el trabajo y la libertad. Pierden el oficio. Da igual si les pagan 20 millones o 20 euros para mandarlos a su casa con el silencio, todo depende entonces de su poder de asustar. Los periodistas desde hoy saben que valen lo que valen sus lametazos en el culo. Si no los hay valen poco, lo que quieran los poderes económicos, fácticos o políticos de esconder verdades. Si los hay valen mientras sean útiles al "amo".
Quedaremos los blog y locos digitales, llenos de miedo y cuidados para no ser acojonados con los jueces por delante. Los periodistas que dependan de un sueldo empresarial ya saben que no tienen libertad, pues si los poderes que sonríen han sido capaces de tirar a Pedro J. pueden hacerlo con cualquier escribiente local, económico, político, columnista o cultural.
A mi Pedro J. Ramírez no me gusta(ba) nada de nada (de nada), eso de entrada; pero sí adoro a lo que representaba pues por la libertad lloro. Para poder querer y amar el negro, siempre se necesita tener al blanco para comparar. Pedro J. representa la libertad desde sus errores o sus aciertos, pero sin duda desde su dedicación periodística. La libertad es algo complejo de entender por los que resultan criticados, más si tienen poder y quieren manipularla. No es lo mismo para muchos manipuladores de despacho "mi" libertad, que "la" libertad como algo etéreo. La mía solo es mía, piensan, la otra es de todos, luego también es mía, deciden. Y entre los dos tipos de libertad, una rompe a la otra.