Mi apellido nace en el País Vasco junto a Cantabria. Paseando por un cementerio del Pirineo aragonés, en un pueblo diminuto, he descubierto una tumba donde un señor setentón descansaba desde hacía casi dos siglos tras disfrutar del apellido Puente. He quedado sorprendido pues no es un apellido numeroso y casi todos los vecinos de tumba eran aragoneses de los dos costados.
El mismo difunto, vivido en los tiempos de la Guerra de Independencia, tenía de segundo apellido un clásico aragonés. Su padre, sin duda, era un inmigrante prematuro, un antiguo viajero que recaló por Aragón y dejó hijos con su impronta y apellido. En el pueblo nadie recuerda a ningún otro vecino, ni vivo ni muerto, con el apellido Puente. Aquel setentón no logró mantener el apellido de su padre por estos lares. Yo también soy hijo de un inmigrante soriano. Es la mezcla, amigos.