Cada día hay más decisiones comerciales y económicas que se basan en las leyes de la Bolsa. Cuantos menos clientes hay, más barato es un producto y al revés. Es un sistema algo contrario al que ha sido habitual en el sistema económico de las últimas décadas.
Si un producto se vende bien, es bueno, se entiende que se puede solicitar un precio algo más alto que el de la competencia y que los clientes pagaran esa diferencia. Pero modulando ese precio según la demanda en el tiempo. Es como si se hubieran acabado las tarifas de precios publicadas y conocidas. Todo depende.
Durante años hemos entendido que el precio tenía un componente importante en el consumo pero diferente al actual. Eran precios fijos, que no variaban según los días o las horas y que eran el componente final del éxito o fracaso de un producto. Ahora vamos entendiendo que el precio es un complemento importante, pero que lo que realmente da capacidad de éxito o fracaso es el producto o servicio en sí mismo y que el precio se puede modular según el grado de consumo.
Hay ya muchos hoteles que cobran más o incluso bastante más por los días de muchos clientes y menos o incluso bastante menos para los días de la semana o del mes que entienden con poca clientela. La hace Renfe con sus billetes y lo hace Mercadona con algunos productos perecederos según la hora del día. Algunos bares ofrecen bebidas más baratas según el día de la semana que siempre coinciden con los de menos clientes.
Al final la facturación tiende a igualarse, a que no haya picos entre días, pues precisamente se convierten en días con muchos clientes los que antes eran días vacíos y lo seguirían siendo si no fuera por las ofertas.